-Bueno, chicos, yo los abandono, de seguro tienen que hablar de un montón de cosas.- Dijo Carla que se levantó, saludó y se fue con la velocidad de un rayo.
Mauricio no entendía nada, no podía creerlo. ¿Qué hacía él ahí?
-¿Qué haces acá, negro?-
-Pero ¿Así recibís vos a un viejo amigo, che?- Mauricio estaba muy sorprendido.
-Tenés razón, disculpame, es que estoy muy sorprendido. ¿Pero decime, cómo me encontrase?-
-Te cuento: hace ya una semana pasó por la facultad una chica que preguntó por mí y me dejó un mensaje con el teléfono de acá.- Mauricio estaba sobresaltado.
-Estoy sobresaltado, disculpame.-
-Pero quedate piola viejo, vení sentate, dale que cebo unos dulces como te gustan a vos.- Dijo Gustavo riéndose.
-Dale. Che, decime ¿fue Carla quién fue hasta allá?
-No, una tal Lucrecia Arévalo, dijo algo de un familiar mío, un asunto de urgencia y en cuanto pude hice un llamado y hablé con esta chica Carla ahí me enteré que se trataba de vos y me decidí por venir a verte. Se re movió la Lucre, che ¿qué es tuyo? ¿tu novia? Dejó una nota con su nombre y el teléfono de acá en la secretaria en donde se encargaron de comunicarse conmigo. Decí que el gordo está metido ahí y me conoce de cuando cursábamos juntos sino anda a saber cómo me enteraba. Bueno, llamé acá y me atendió un tipo, le pedí por Lucrecia y el tipo no entendía nada, pobre, le pegué semejante mareo. Al cachito se ve que se cansó y me pasó con una mina. Le comenté lo que pasó y le dije mi nombre. Enseguida te nombró a vos y quedé en venir hoy. Esta piba Carla quería llamarte pero le pedí por favor que no lo haga y justo cuando entraste estabamos por llamarte. Llegué hace como hora y media.
-Así que se llama Lucrecia, menos mal, ahora la puedo llamar por el nombre entero.- dijo Mauricio creyendo que pensaba cuando en realidad hablaba alto y Gustavo que ya lo conocía y entendió enseguida lo que pasaba comenzó a reírse bien fuerte como se reía él.
Hablaron toda la tarde Gustavo le contó de su vida, que estaba participando en un grupo de teatro llamado “Vergüenza ajena” y le hizo una invitación para una presentación ya que no lograba explicarle bien lo que hacían.
Una linda tarde de recuerdos, se tomaron tres pavas enteras.
domingo, 13 de julio de 2008
Esa mañana Lu despertó y al encontrar a Mauricio durmiendo como el gran bebé que fue por la noche decidió dejarle una nota sobre la mesa de la cocina junto con una copia de las llaves que guardaba desde la partida de su compañera de Tandil para que Mauricio se sintiera tranquilo y cómodo y salir a la calle, a la esquina, a el ómnibus que la dejaba casi en la puerta de la Facultad donde Mauricio había conocido a Tavo para ver si podía conseguír alguna información de Gustavo Guzmán sin dejar de sentirse injustamente inútil por no sabér cómo dar también con Andrés. En la nota informó falsamente que debía salir a hacer unas compras para el hogar para no levantar sospechas.
Eran las 14:37 cuando Lu volvió a su casa y encontró a un Mauricio que al parecer se había despertado lúcidamente con el crujir de las llaves contra la cerradura.
-Buen día, mi amor. ¡Qué manera de dormir!-
-Hola Lu- Dijo Mauricio cortado por un bostezo que logró una alteración que transformó el Lu en un Louhú.
-¿Me vas a decir a qué se debió la serenata de anoche, negrito?-
-Sí, eso, perdoname, no tengo porqué venir a molestarte. Además me conozco y sé lo grosero que puedo ser, te suplico me perdones.-
-No te hagas problema che, pero por favor contame porque me preocupé mucho.-
-Sí, es que no me acuerdo bien, anoche me sentía mal y salí de casa tarde, me metí en una de las pizzerías que hay por el centro, estaba casi vacía salvando a unos viejos en una de las mesas que jugaban al truco con la mesa llena de tronquitos de pizzas, carozos, sifones y algunos pingüinos. De fondo se escuchaban tangos en un radio. Me pedí tres porciones de pizza con anchoas y una botellita de cerveza y escuchaba el murmullo y no pasó nada hasta que el dueño se fue y el empleado cambió la estación y dejó una estación en la que pasaban Autumn leaves. Tendrías que haber visto la cara del tipo, se le iluminó, parecía más le dueño del lugar por la tranquilidad con la que cerró los ojos y hecho la silla para atrás subiendo las piernas hasta apoyarlas en el mostrador. Termina ese tema y pasan otro que no conocía, bastante largo era y de a momentos me sonaba pero nada, los viejos seguían revirándose y en un momento se mezcló mi seña pidiendo un vinito, yo ya había terminado las porciones y la cerveza, los viejos entrando en la primera mano del punta y hacha y el radio que transmitía una canción que no escucho en mi cabeza desde hace tiempo. Me agarró una tristeza tan grande que empecé a tomar y después no recuerdo mucho más, pagué, tomé un taxi, todo esto ya borracho supongo, perdí los documentos… perdoname pero es lo único que recuerdo.- Dijo Mauricio la mirada perdida pero concentrada como tratando de unir cabos sueltos y reconstruir la escena de un crimen.
-¿Qué canción era?- Pregunto Lu sintiéndose, estúpidamente, una especie de detective con una media sonrisa dibujada en el rostro.
-I´ll be seeing you, ¿viste? Esa que dice…- Y comenzó a tararearle la melodía.
-Sí, la conozco y lo supuse, anoche te encontré acostado contra la reja de la entrada cantándola y llorando.-
-No me digas, ¡qué boludo! ¿Te dije algo que te haya parecido importante?-
-Me hablaste de Gustavo y de Andrés, hacía mucho tiempo que no lo hacía por cierto.-
-Sí, pasa que ayer Carla encontró un cuaderno mío viejo y me lo puse a leer, me habré puesto melanco.-
-Y sí, pero sí ahora estás mejor me gustaría que hoy te quedés acá te voy a hacer una lasaña ¿queres?-
-¡Uy, negri! Estaría buenísimo. Prestame el teléfono que le aviso a Romeo que me quedo acá.-
-Dale y quedate el tiempo que quieras.-
El tiempo que Mauricio quiso fueron 8 días y ocho noches hasta que a la mañana del noveno sintió muchas ganas de volver con su maderita y su cuaderno. Se sentía apenado, entre otras cosas, por no aportar con dinero para los víveres aunque sabía como era Lu, ella no se haría problema con algo así, sabía muy bien lo que era estar mal de plata y le gustaba darle una mano a la gente, más a él pero ya era hora de volver a la casa de Carla y Romeo.
Una vez que regresó a su casa iba caminado por el pasillo que lleva a la puerta de entrada hasta que escuchó una voz masculina, cosa rarísima ya que en la casa cuando estaba carla sola lo único imaginable era escuchar una voz femenina, nunca iba hombres sino estaba Romero. Era un detalle que había hecho sospechar a Mauricio que si era celoso, no como él creía. Incluso, mientras caminaba, bromeaba con ello.
-Esta Carla, mirala vos nomás, flor de atorranta resultó- decía mientras se reía como un nene. Golpeó la puerta a modo de chiste como advirtiendo a Carla que era inminente su entrada en la casa y que, en el caso de estar engañando a Romeo, lo mejor sería vestirse e ir inventando una coartada para justificar la presencia de un hombre ajeno a la casa. Metió la llave e la ranura y abrió lentamente la puerta. Siempre le causaban gracia esas cosas, lo divertían, le gustaba actuarlas. Una vez que entró lo primero que vio fue a una Carla sospechosamente sonriente y a un tipo de gorra sentado se espalda fumando y devolviéndole el mate a Carla. Unos segundos tardó en darse cuenta que la expresión en el rostro de Carla no era de sospecha, era de contento, de quien aguarda escondido tras la puerta al engañado cumpleañeros para encender la luz de golpe y gritarle sorpresa al sorprendido agasajado que en este caso era Mauricio que al ver como el tipo del cigarrillo volteó para verle la cara no pudo evitar largarse a llorar al reconocer a su querido Gustavo Guzmán en la misma mesa de su casa después de cinco largos años de no verlo.
Eran las 14:37 cuando Lu volvió a su casa y encontró a un Mauricio que al parecer se había despertado lúcidamente con el crujir de las llaves contra la cerradura.
-Buen día, mi amor. ¡Qué manera de dormir!-
-Hola Lu- Dijo Mauricio cortado por un bostezo que logró una alteración que transformó el Lu en un Louhú.
-¿Me vas a decir a qué se debió la serenata de anoche, negrito?-
-Sí, eso, perdoname, no tengo porqué venir a molestarte. Además me conozco y sé lo grosero que puedo ser, te suplico me perdones.-
-No te hagas problema che, pero por favor contame porque me preocupé mucho.-
-Sí, es que no me acuerdo bien, anoche me sentía mal y salí de casa tarde, me metí en una de las pizzerías que hay por el centro, estaba casi vacía salvando a unos viejos en una de las mesas que jugaban al truco con la mesa llena de tronquitos de pizzas, carozos, sifones y algunos pingüinos. De fondo se escuchaban tangos en un radio. Me pedí tres porciones de pizza con anchoas y una botellita de cerveza y escuchaba el murmullo y no pasó nada hasta que el dueño se fue y el empleado cambió la estación y dejó una estación en la que pasaban Autumn leaves. Tendrías que haber visto la cara del tipo, se le iluminó, parecía más le dueño del lugar por la tranquilidad con la que cerró los ojos y hecho la silla para atrás subiendo las piernas hasta apoyarlas en el mostrador. Termina ese tema y pasan otro que no conocía, bastante largo era y de a momentos me sonaba pero nada, los viejos seguían revirándose y en un momento se mezcló mi seña pidiendo un vinito, yo ya había terminado las porciones y la cerveza, los viejos entrando en la primera mano del punta y hacha y el radio que transmitía una canción que no escucho en mi cabeza desde hace tiempo. Me agarró una tristeza tan grande que empecé a tomar y después no recuerdo mucho más, pagué, tomé un taxi, todo esto ya borracho supongo, perdí los documentos… perdoname pero es lo único que recuerdo.- Dijo Mauricio la mirada perdida pero concentrada como tratando de unir cabos sueltos y reconstruir la escena de un crimen.
-¿Qué canción era?- Pregunto Lu sintiéndose, estúpidamente, una especie de detective con una media sonrisa dibujada en el rostro.
-I´ll be seeing you, ¿viste? Esa que dice…- Y comenzó a tararearle la melodía.
-Sí, la conozco y lo supuse, anoche te encontré acostado contra la reja de la entrada cantándola y llorando.-
-No me digas, ¡qué boludo! ¿Te dije algo que te haya parecido importante?-
-Me hablaste de Gustavo y de Andrés, hacía mucho tiempo que no lo hacía por cierto.-
-Sí, pasa que ayer Carla encontró un cuaderno mío viejo y me lo puse a leer, me habré puesto melanco.-
-Y sí, pero sí ahora estás mejor me gustaría que hoy te quedés acá te voy a hacer una lasaña ¿queres?-
-¡Uy, negri! Estaría buenísimo. Prestame el teléfono que le aviso a Romeo que me quedo acá.-
-Dale y quedate el tiempo que quieras.-
El tiempo que Mauricio quiso fueron 8 días y ocho noches hasta que a la mañana del noveno sintió muchas ganas de volver con su maderita y su cuaderno. Se sentía apenado, entre otras cosas, por no aportar con dinero para los víveres aunque sabía como era Lu, ella no se haría problema con algo así, sabía muy bien lo que era estar mal de plata y le gustaba darle una mano a la gente, más a él pero ya era hora de volver a la casa de Carla y Romeo.
Una vez que regresó a su casa iba caminado por el pasillo que lleva a la puerta de entrada hasta que escuchó una voz masculina, cosa rarísima ya que en la casa cuando estaba carla sola lo único imaginable era escuchar una voz femenina, nunca iba hombres sino estaba Romero. Era un detalle que había hecho sospechar a Mauricio que si era celoso, no como él creía. Incluso, mientras caminaba, bromeaba con ello.
-Esta Carla, mirala vos nomás, flor de atorranta resultó- decía mientras se reía como un nene. Golpeó la puerta a modo de chiste como advirtiendo a Carla que era inminente su entrada en la casa y que, en el caso de estar engañando a Romeo, lo mejor sería vestirse e ir inventando una coartada para justificar la presencia de un hombre ajeno a la casa. Metió la llave e la ranura y abrió lentamente la puerta. Siempre le causaban gracia esas cosas, lo divertían, le gustaba actuarlas. Una vez que entró lo primero que vio fue a una Carla sospechosamente sonriente y a un tipo de gorra sentado se espalda fumando y devolviéndole el mate a Carla. Unos segundos tardó en darse cuenta que la expresión en el rostro de Carla no era de sospecha, era de contento, de quien aguarda escondido tras la puerta al engañado cumpleañeros para encender la luz de golpe y gritarle sorpresa al sorprendido agasajado que en este caso era Mauricio que al ver como el tipo del cigarrillo volteó para verle la cara no pudo evitar largarse a llorar al reconocer a su querido Gustavo Guzmán en la misma mesa de su casa después de cinco largos años de no verlo.
sábado, 12 de julio de 2008
Es que esa madrugada, esa misma madrugada en la que carla había encontrado el cuaderno, Mauricio no pudo dormir, ni dejar de leer, ni dejár de lijar esa maderita. Una madera muy dura, es que esa madera, y ya lo había aclarado Romero, era un trozo de Dalbergia Melanoxylon que, vaya a saber uno, dónde diablos la habría encontrado Mahú y a eso de las tres de la madrugada no aguantó más y salió a la calle.
A las cinco menos cuarto Lucía (o Luciana o cómo se llame) se despertó de un sobresalto con los alaridos quejumbrosos que brotan de las calles a esas horas. Ni tan asustada ni tan valiente volvió a taparse, esta vez hasta la nariz, e intentó conciliar el sueño sin lograrlo. Ya estaba, Lu se había desvelado y eso era tan jodido para ella. Ya desde muy chiquita que sufría insomnios. Se acordó de las noches de sus 9 años cuando se levantaba e iba hasta la cocina a servirse un vaso de agua o leche y encontraba a Don Iván, su viejo, quien tampoco dormía debía a la difícil situación económica que padecía siendo él viudo y padre de tres nenas que todavía iban a la escuela. Se acordó de cómo Don Iván arrancó a laburar de remisero hasta que juntó unos mangos y puso un quiosco en la casa que le atendía la Paula, su hija mayor que ya iba en secundario. Y los alaridos seguían entrando así como los recuerdos de Don Iván. Pobre el viejo- pensó la Lu – Como solito, solito se volvió a levantar y nos dio todo. Cuando me festejo los quince en la sociedad de fomento del barrio (más alaridos que iban tomando forma), cuando me mando tomar clases de canto y como siempre se hacía un tiempito para llevarme al baile e irme a buscar (más alaridos que a esta altura se oían como alturas sonoras organizadas por tiempos de duración.) Yo conozco esa canción- Pensé Lu. Se levantó y se acerco a la puerta de la pieza para escuchar mejor pero aún no escuchaba la letra, cruzó el comedor hasta llegar a la ventana que daba a la calle y ahí escuchó bien esa canción que cantaba un borracho con aires tristes. Una letra muy bonita y, de repente, sintió como si una orquesta largara todo su sonido dentro de la sala, se sentía dentro de un musical, tan adentro que comenzó a cantar.
“…I’ll find you
in the morning sun
and when the night is new.
I'll be looking at the moon,
But I'll be seeing you…”
Le pareció un momento tan sublime y melancólico que decidió asomarse y conocerle la cara a su cantor porque la Lu tenía un Ego. A estas alturas ella creía que le estaban dando una serenata y esa debe haber sido la razón por la cual abrió la puerta y, para su sorpresa, se encontró con un Mauricio borracho tirado a los pies de la reja de su departamento llorando como un bebé y ladrando esa canción que en un momento así sólo podía sonar hermosa. Se calzó una bata rápidamente, tomó las llaves y bajo las escaleras de un saltó tal que tuvo la sensación de sólo haber bajado un escalón. Le conmovió tanto la escena el ya pobre y torturado Mauricio cantando que no pudo evitar largarse a llorar como cuando veía a Don Iván agarrarse la cabeza en la mesa de la cocina a oscuras por tantas madrugadas de sus nueve añitos. Le abrió la puerta e intentando abrasarlo tropezó y cayó sobre él sin interrumpir la canción que, una vez abrazado, Mauricio comenzó a cantar cada vez más fuerte y con más intensidad. Ya establecida lo tomó por la espalda y comenzó a arrastrarlo por las escaleras trabajosamente hasta meterlo en la casa olvidando la reja abierta con las llaves puesta las cuales, una vez Mauricio ya dejando de cantar y metido dentro de la casa, bajo con la misma velocidad a recogerlas, como si estuviera yendo en la ayuda de un nuevo Mauricio cantor instalado en la misma entrada como dándole ese aire de útero del cual nacían los Mauricios borrachos y cantores. Una vez adentro no encontraba a Mauricio entre tanta oscuridad debido a la confusión que se produce en la vista al estar mucho tiempo en la oscuridad, ver mucha luz de golpe y volver a la oscuridad. Se sintió ciega y, para colmo, el muy sabandija se había escondido en esta nueva casa de Lu ciega. Duró poco su susto porque Mauricio decidió interrumpirlo con una simple pregunta tan desubicada que Lu no sabía si harían bien tranquilizándose o poniéndose más nerviosa.
-¿Cuál versión te gusta más a vos: la de Holiday o la de Liberace?-
-¿Mi amor estás bien, qué te pasa, qué me preguntas?-
-Contestame, te hice una pregunta ¿por qué no queres contestarla?- Dijo Mauricio largando un llanto cada vez más nervioso, como el de los bebés cuando uno tiene esa sensación de que no los entiende.
-Por favor decime qué tenes.-
-No te voy a decir nada- Gritó Mauricio –Nada te voy a decir. Sos tan tonta, decime a ver: ¿Dónde está Tavito, qué pasó con Andrés, eh, qué carajo pasó con ellos? ¿No ves? Ni sabés ni te importa.-
-Ay, Mauri.-
Lu se acercó hasta Mauricio y lo condujo hasta su cama donde lo contuvo y lo calmo hasta que se durmió. Más avanzada la noche sintió como Mauricio sufría espasmos y calmándolo se sintió bien al ver que el niño Mauricio cantor y ahora llorón y enojado pudo descansar junto a nueva madre que ahora lo mimaba y acariciaba con unas manos sabías y serenas.
A las cinco menos cuarto Lucía (o Luciana o cómo se llame) se despertó de un sobresalto con los alaridos quejumbrosos que brotan de las calles a esas horas. Ni tan asustada ni tan valiente volvió a taparse, esta vez hasta la nariz, e intentó conciliar el sueño sin lograrlo. Ya estaba, Lu se había desvelado y eso era tan jodido para ella. Ya desde muy chiquita que sufría insomnios. Se acordó de las noches de sus 9 años cuando se levantaba e iba hasta la cocina a servirse un vaso de agua o leche y encontraba a Don Iván, su viejo, quien tampoco dormía debía a la difícil situación económica que padecía siendo él viudo y padre de tres nenas que todavía iban a la escuela. Se acordó de cómo Don Iván arrancó a laburar de remisero hasta que juntó unos mangos y puso un quiosco en la casa que le atendía la Paula, su hija mayor que ya iba en secundario. Y los alaridos seguían entrando así como los recuerdos de Don Iván. Pobre el viejo- pensó la Lu – Como solito, solito se volvió a levantar y nos dio todo. Cuando me festejo los quince en la sociedad de fomento del barrio (más alaridos que iban tomando forma), cuando me mando tomar clases de canto y como siempre se hacía un tiempito para llevarme al baile e irme a buscar (más alaridos que a esta altura se oían como alturas sonoras organizadas por tiempos de duración.) Yo conozco esa canción- Pensé Lu. Se levantó y se acerco a la puerta de la pieza para escuchar mejor pero aún no escuchaba la letra, cruzó el comedor hasta llegar a la ventana que daba a la calle y ahí escuchó bien esa canción que cantaba un borracho con aires tristes. Una letra muy bonita y, de repente, sintió como si una orquesta largara todo su sonido dentro de la sala, se sentía dentro de un musical, tan adentro que comenzó a cantar.
“…I’ll find you
in the morning sun
and when the night is new.
I'll be looking at the moon,
But I'll be seeing you…”
Le pareció un momento tan sublime y melancólico que decidió asomarse y conocerle la cara a su cantor porque la Lu tenía un Ego. A estas alturas ella creía que le estaban dando una serenata y esa debe haber sido la razón por la cual abrió la puerta y, para su sorpresa, se encontró con un Mauricio borracho tirado a los pies de la reja de su departamento llorando como un bebé y ladrando esa canción que en un momento así sólo podía sonar hermosa. Se calzó una bata rápidamente, tomó las llaves y bajo las escaleras de un saltó tal que tuvo la sensación de sólo haber bajado un escalón. Le conmovió tanto la escena el ya pobre y torturado Mauricio cantando que no pudo evitar largarse a llorar como cuando veía a Don Iván agarrarse la cabeza en la mesa de la cocina a oscuras por tantas madrugadas de sus nueve añitos. Le abrió la puerta e intentando abrasarlo tropezó y cayó sobre él sin interrumpir la canción que, una vez abrazado, Mauricio comenzó a cantar cada vez más fuerte y con más intensidad. Ya establecida lo tomó por la espalda y comenzó a arrastrarlo por las escaleras trabajosamente hasta meterlo en la casa olvidando la reja abierta con las llaves puesta las cuales, una vez Mauricio ya dejando de cantar y metido dentro de la casa, bajo con la misma velocidad a recogerlas, como si estuviera yendo en la ayuda de un nuevo Mauricio cantor instalado en la misma entrada como dándole ese aire de útero del cual nacían los Mauricios borrachos y cantores. Una vez adentro no encontraba a Mauricio entre tanta oscuridad debido a la confusión que se produce en la vista al estar mucho tiempo en la oscuridad, ver mucha luz de golpe y volver a la oscuridad. Se sintió ciega y, para colmo, el muy sabandija se había escondido en esta nueva casa de Lu ciega. Duró poco su susto porque Mauricio decidió interrumpirlo con una simple pregunta tan desubicada que Lu no sabía si harían bien tranquilizándose o poniéndose más nerviosa.
-¿Cuál versión te gusta más a vos: la de Holiday o la de Liberace?-
-¿Mi amor estás bien, qué te pasa, qué me preguntas?-
-Contestame, te hice una pregunta ¿por qué no queres contestarla?- Dijo Mauricio largando un llanto cada vez más nervioso, como el de los bebés cuando uno tiene esa sensación de que no los entiende.
-Por favor decime qué tenes.-
-No te voy a decir nada- Gritó Mauricio –Nada te voy a decir. Sos tan tonta, decime a ver: ¿Dónde está Tavito, qué pasó con Andrés, eh, qué carajo pasó con ellos? ¿No ves? Ni sabés ni te importa.-
-Ay, Mauri.-
Lu se acercó hasta Mauricio y lo condujo hasta su cama donde lo contuvo y lo calmo hasta que se durmió. Más avanzada la noche sintió como Mauricio sufría espasmos y calmándolo se sintió bien al ver que el niño Mauricio cantor y ahora llorón y enojado pudo descansar junto a nueva madre que ahora lo mimaba y acariciaba con unas manos sabías y serenas.
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