sábado, 12 de julio de 2008

Es que esa madrugada, esa misma madrugada en la que carla había encontrado el cuaderno, Mauricio no pudo dormir, ni dejar de leer, ni dejár de lijar esa maderita. Una madera muy dura, es que esa madera, y ya lo había aclarado Romero, era un trozo de Dalbergia Melanoxylon que, vaya a saber uno, dónde diablos la habría encontrado Mahú y a eso de las tres de la madrugada no aguantó más y salió a la calle.
A las cinco menos cuarto Lucía (o Luciana o cómo se llame) se despertó de un sobresalto con los alaridos quejumbrosos que brotan de las calles a esas horas. Ni tan asustada ni tan valiente volvió a taparse, esta vez hasta la nariz, e intentó conciliar el sueño sin lograrlo. Ya estaba, Lu se había desvelado y eso era tan jodido para ella. Ya desde muy chiquita que sufría insomnios. Se acordó de las noches de sus 9 años cuando se levantaba e iba hasta la cocina a servirse un vaso de agua o leche y encontraba a Don Iván, su viejo, quien tampoco dormía debía a la difícil situación económica que padecía siendo él viudo y padre de tres nenas que todavía iban a la escuela. Se acordó de cómo Don Iván arrancó a laburar de remisero hasta que juntó unos mangos y puso un quiosco en la casa que le atendía la Paula, su hija mayor que ya iba en secundario. Y los alaridos seguían entrando así como los recuerdos de Don Iván. Pobre el viejo- pensó la Lu – Como solito, solito se volvió a levantar y nos dio todo. Cuando me festejo los quince en la sociedad de fomento del barrio (más alaridos que iban tomando forma), cuando me mando tomar clases de canto y como siempre se hacía un tiempito para llevarme al baile e irme a buscar (más alaridos que a esta altura se oían como alturas sonoras organizadas por tiempos de duración.) Yo conozco esa canción- Pensé Lu. Se levantó y se acerco a la puerta de la pieza para escuchar mejor pero aún no escuchaba la letra, cruzó el comedor hasta llegar a la ventana que daba a la calle y ahí escuchó bien esa canción que cantaba un borracho con aires tristes. Una letra muy bonita y, de repente, sintió como si una orquesta largara todo su sonido dentro de la sala, se sentía dentro de un musical, tan adentro que comenzó a cantar.
“…I’ll find you
in the morning sun
and when the night is new.
I'll be looking at the moon,
But I'll be seeing you…”
Le pareció un momento tan sublime y melancólico que decidió asomarse y conocerle la cara a su cantor porque la Lu tenía un Ego. A estas alturas ella creía que le estaban dando una serenata y esa debe haber sido la razón por la cual abrió la puerta y, para su sorpresa, se encontró con un Mauricio borracho tirado a los pies de la reja de su departamento llorando como un bebé y ladrando esa canción que en un momento así sólo podía sonar hermosa. Se calzó una bata rápidamente, tomó las llaves y bajo las escaleras de un saltó tal que tuvo la sensación de sólo haber bajado un escalón. Le conmovió tanto la escena el ya pobre y torturado Mauricio cantando que no pudo evitar largarse a llorar como cuando veía a Don Iván agarrarse la cabeza en la mesa de la cocina a oscuras por tantas madrugadas de sus nueve añitos. Le abrió la puerta e intentando abrasarlo tropezó y cayó sobre él sin interrumpir la canción que, una vez abrazado, Mauricio comenzó a cantar cada vez más fuerte y con más intensidad. Ya establecida lo tomó por la espalda y comenzó a arrastrarlo por las escaleras trabajosamente hasta meterlo en la casa olvidando la reja abierta con las llaves puesta las cuales, una vez Mauricio ya dejando de cantar y metido dentro de la casa, bajo con la misma velocidad a recogerlas, como si estuviera yendo en la ayuda de un nuevo Mauricio cantor instalado en la misma entrada como dándole ese aire de útero del cual nacían los Mauricios borrachos y cantores. Una vez adentro no encontraba a Mauricio entre tanta oscuridad debido a la confusión que se produce en la vista al estar mucho tiempo en la oscuridad, ver mucha luz de golpe y volver a la oscuridad. Se sintió ciega y, para colmo, el muy sabandija se había escondido en esta nueva casa de Lu ciega. Duró poco su susto porque Mauricio decidió interrumpirlo con una simple pregunta tan desubicada que Lu no sabía si harían bien tranquilizándose o poniéndose más nerviosa.
-¿Cuál versión te gusta más a vos: la de Holiday o la de Liberace?-
-¿Mi amor estás bien, qué te pasa, qué me preguntas?-
-Contestame, te hice una pregunta ¿por qué no queres contestarla?- Dijo Mauricio largando un llanto cada vez más nervioso, como el de los bebés cuando uno tiene esa sensación de que no los entiende.
-Por favor decime qué tenes.-
-No te voy a decir nada- Gritó Mauricio –Nada te voy a decir. Sos tan tonta, decime a ver: ¿Dónde está Tavito, qué pasó con Andrés, eh, qué carajo pasó con ellos? ¿No ves? Ni sabés ni te importa.-
-Ay, Mauri.-
Lu se acercó hasta Mauricio y lo condujo hasta su cama donde lo contuvo y lo calmo hasta que se durmió. Más avanzada la noche sintió como Mauricio sufría espasmos y calmándolo se sintió bien al ver que el niño Mauricio cantor y ahora llorón y enojado pudo descansar junto a nueva madre que ahora lo mimaba y acariciaba con unas manos sabías y serenas.

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