martes, 18 de enero de 2011

La verdadera historia de Ratar.

Alfredo se despertó una mañana de esas mañanas en las que el sol sale temprano. Algo no lo había dejado dormir del todo bien. Tampoco él le dio mucha importancia. Ya despierto se fue a desayunar al mismo tiempo que Delfina (él no sabe quién es Delfina pero al mismo tiempo ella se iba a desayunar). Mate bien amargo y pan dulce bien duro con nueces y pasas de uva. Miraba el noticioso con los pelos parados, los ojos hinchados y bien abiertos, la barba de tres días.
- ¿Qué haces levantado tan temprano?- Dijo su abuelita, la Mercedes.
- No sé, si te digo te miento. Dormí, pero me estuve despertando cada cinco minutos. ¿Queres un mate?
No, doña Mercedes no quería ningún mate. Él tomó dos más y salió. Se llevó algo de plata para comprar el diario. Ya hacía un tiempo estaba sin trabajo.
Ya con diario en mano se sentó en la placita de los bomberos a leer los clasificados.
- Yo no tengo experiencia para hacer eso, la puta madre, otra vez nada- Pensó - Voy a dar una vuelta por el centro.
Y fue ahí, en el centro, en dónde vio el cartel que decía SE BUSCA BACHERO Y AYUDANTE DE COCINA CON O SIN EXPERIENCIA.
- Mmm… Con o sin experiencia, yo puedo hacer eso- Definitivamente el podía, sólo que lo primero era averiguar lo que diablos era un bachero.
- Tenes que lavarte todos los platos y las copas, las hoyas ¿Entendes pibe?
- Sí, por supuesto ¿Cuándo puedo empezar?
- ¿Ahora haces algo?
- No.
- Bueno, te vamos a hacer una prueba, igual yo te la pago, quedate piola.
Fue un día cansador para Alfredito. Por eso no era lo único, al llegar a su casa la Mercedes estaba tomando el fresco de la tarde en la puerta.
- ¿Dónde estabas Alfredo?
- No me vas a creer, conseguí trabajo, vengo de ahí.
- Menos mal que viniste, estaba preocupada.
- ¿Y? ¿No queres saber de qué?
- Sí, perdón. Decime.
- De bachero.
- ¿Bachero? ¿Qué es eso?
- Tenes que lavar todos los platos y las copas, las hoyas ¿Entendes vieja?
- Sí, por supuesto, sos lavacopas. Te tengo que contar algo.
- ¿Qué? ¿Qué pasó?
- Hay una rata en la casa y creo que está en tu pieza.
En ese momento el mundo se le detuvo, todo se puso gris y los ojos se le crisparon. No, no estaba agotado por el día, era algo más allá de eso. Alfredo había tenido una experiencia horrible con una rata en casa de su abuela. Había tenido que sacarla de la casa con la mano después de horas de escucharla agonizar. Sacar de la casa con la mano a una rata que no estaba ni viva ni muerta. Estaba tibia repetía mientras se bañaba y le daban arcadas. Pero al menos acabo con todo un mes de vivir asustado por una rata. Había leído en Internet que las ratas comen por varios motivos, porque están asustadas, por marcar territorios, para escapar, porque sí. La diferencia era que aquella vez la rata estaba en la misma habitación donde estaba la computadora y nunca había llegado a sus habitaciones. Pero esta vez era diferente. Tantos meses de tranquilidad y ahora toda la paranoia volvía a su lugar. Su abuela intentó tranquilizarlo diciendo que no era más que una suposición, pero él ya estaba asustado por sobre todas las cosas.
Llegó la noche, al día siguiente tenía que ir a trabajar, iba a ser su segundo día.
Se cepilló los dientes, orinó y se fue a acostar. Pensó que eran puras tonterías, qué él ya se habría dado cuenta si fuese así. Pero, para su desgracia, recordó lo poco qué había dormido y encontró en ello una relación.
Hacía calor en la cama pero igual se tapo todo el cuerpo con la frazada y la cabeza con la almohada. Primero se durmió por dos minutos y se despertó. Así estuvo durando siete minutos y se volvió a dormir. Entonces descansó unos tres minutos y se despertó sintiendo ruidos de rasguños contra la pared. Encendió la luz de la mesita de noche, miró hacía todos lados y nada. Esta vez tardó unos veinte minutos en conciliar el sueño. Este último sueño le duró sólo un minuto. En esta ocasión algo había saltado a sus pies. Volvió a prender la luz y nada. Pensó en ir al baño pero le dio miedo, en tomar algo pero le dio miedo y comenzó a transpirar, cada vez más y cada vez más miedo y tanto calor le dio fiebre y la fiebre lo hizo dormir hasta que escuchó una voz, una diminuta voz que le pedía plata. Él le contestó, entre-dormido, que aún no había cobrado, que hacía a penas un día del trabajo. Entonces la voz le pidió un cigarrillo, él le contestó que estaba tratando de dejar de fumar y que por eso por las noches no compraba cigarrillos. Entonces la voz le dijo que tenía hambre y le pidió algo de queso y ahí fue cuando Alfredo despertó. Era cierto, había una rata en su pieza.
- Hagamos una cosa- Le dijo la rata. – Pidamos una pizzita y la pagamos a medias ¿Te va?
Alfredo estaba tan estupefacto que decidió hacerle caso. Aún no era tan tarde, debía haber alguna pizzería abierta. Fue a tomar el teléfono sin quitarle los ojos de encima a la rata. Colgó el auricular y se sentó en la cama.
- ¿Qué es lo que queres de mí?- Preguntó Alfredo.
- ¡Que te quedés tranquilo, carajo! Ya está, ya entendí. Soy una rata, qué te voy a hacer, morderte. Prefiero una muzzarella la verdad. ¿Le pediste con faina?
- No, no me di cuenta.
- ¡Uh! Bueno, no importa pibe. ¿Ché te jode si pones mi parte? Pasa que ando media corta, viste.
- No, no hay problema.- Por suerte estaba entrando en confianza. La rata no le parecía una mala persona o animal.
- ¿Así que conseguiste laburo? Contame ché ¿De qué?
- De bachero.
- Ah, son los que lavan todos los platos y las copas, las hoyas ¿No?
- Sí, exacto.
- Ché ¿Tenés jueguitos en la computadora?
- Sí ¿Por qué?
- Me dejás jugar alguno.
- Bueno ¿Pero y la pizza?
- Y, la comemos allá, mamerto. ¿Tenes alguno de tiros?
- Sí, el Hunter.
- Buenísimo pibe.
Fue así que Ratar y Alfredo se hicieron grandes amigos. Ella sabía mucho de artes marciales y psicología y ayudó a Alfredo con sus problemas emocionales. Así fue como resolvió grandes traumas.
Hasta le enseñó a andar en bici sin rueditas y cagar a trompadas a un patovica grandote.
Ratar siempre le estaba pidiendo plata. Ella nunca compartía sus cosas con él, pero él sí con ella. Era una hermosa relación, como todas deberían serlo. Alfredo hacía lo que Ratar le decía pero nunca lo que ella hacía.
Un día, a mediados de enero, Alfredo fue invitado a vacacionar una semana en una casa de playa de un amiguito que había conocido en la colonia de verano. Le pidió a su jefe, el chef Diego H. de Remilputa, por favor que lo deje ir de vacaciones y se fue.
Por supuesto que Ratar también intentó ir, pero no se permitían ratas en el ómnibus. Fue por eso que ella se quedó unos días con Martín, un amigo que acompañó a Alfredo para ayudarlo con los bolsos.
Pero no todo es color de rosa. A la semana Alfredo volvió. Una vez que llegó y saludó a doña Mercedes fue corriendo a buscar a Ratar. Pero en su lugar sólo había una carta.

Querido Pibe (pasa que nunca me acuerdo tu nombre):

Mirá, vos siempre fuiste muy importante para mí, pero yo ahora me uní a un circo ambulante, viste.
Acordate de siempre creer en vos y ser vos mismo ¿Me entendés?
Cuando tenga un hogar nuevo te voy a pasar la dirección así somos amigos por carta y de paso me mandás algo de guita. Me la podés mandar como encomienda. Agarrás una caja y metes guita y telgopor o algo así. Menos quilombo ¿Me interpretás?
Bueno, que te vaya bien, gracias por todo. Nos veremos algún día, amigo humano.




P.D.: Los viernes a las 19 nos juntamos en el ciber a jugar al Hunter, conectate y nos cagamos a tiros.

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