A la mañana siguiente Carla se despertó como a las 9:30. Ni Mauricio ni Romeo estaban en la casa. Al darse cuenta lo sola que estaba sintió un fuerte deseo por entrar al cuarto de Mauricio, quizás por saber si la bailarina estaba ya más cerca del Luna Park que de Pereyra o solamente quería curiosear el cuadernito de y entender qué hacía él ahí.
Entró en la habitación y encontró el cuaderno entre el colchón y la almohada. Lo tomó y, ubicándose sobre la cama, comenzó a abrirlo aleatoriamente.
viernes, 27 de junio de 2008
lunes, 23 de junio de 2008
-Hola mi amor-.
-Bicho, llegaste-.
-¿Y Mahú dónde anda?-.
-Está en la pieza, sigue con su pedacito de madera y el cuchillo-.
-Este pibe está mal, no sé qué intenta hacer-.
-Está tallando algo, dice que va a ser una bailarina-.
-Pero sin lija, sin gubia, le va a llevar por lo menos un año-.
-Por ahí se entretiene así, además, debe querer usar ese cuchillito que tiene-.
-Ese cuchillito es un cuchillo de pescador, lo encontró de chico en la espuma del mar en una playa de Mar Chiquita-.
-Ya sé, lo escuché contar esa historia la misma cantidad de veces que vos. Qué raro que, entre las cosas que se llevó de la casa, haya guardado ese cuchillito ¿no?-.
-Y, andá a saber que historia tiene. Haceme acordar que tengo que ir a comprar cigarrillos-.
-¿Y por qué no vas ahora?-.
-Porque recién entré, bicho, me da fiaca-.
-Dejá, voy yo-.
-No, pero no te hagas drama-.
-No te hagas problema. Además mejor, así hablás un poco con él. ¿Precisas algo más, Carlos?-.
-No, mi amor, estoy bien-.
Romeo se acercó hasta la puerta de Mauricio y la golpeó tres veces. Mauricio siempre les decía que no le molestaba que lo interrumpan con el golpeteo de la puerta siempre y cuando éste sea impar.
-Permiso, ¿se puede?-.
-Sí, Carlitos, adelante-.
-Loco, hace días que estás metido acá adentro. ¿No vas a salir?-.
-Pero sí, Romeo, no te pensés que me pasa algo que no me pasa, no es tan grave, me entretuve con esto y nada más-.
-¿Che, pero estás bien vos?-.
-¿Cómo si estoy bien, señor Romero?-.
-Digo, acá en casa o tus cosas. No me compliqués, sabés que soy medio opa para hablar, che-.
-Sí Carlos, quedate tranquilo que estoy bien. Ahora, si no te molesta, me gustaría seguir con esto-.
-No, negrito, disculpame, yo sólo quería sabér si estabas bien. Ahora en un rato tomamos unos mates antes de la cena ¿Te aviso?-.
-Cualquier cosa me aparezco, te prometo. Hoy Carla encontró un cuaderno mío viejo y por ahí lo ojeaba un rato-.
-Bueno, por si no llegás a venir, te dejo la comida en la heladera-.
Romeo dio media vuelta y se fue. Su salida justo coincidió con al entrada de Carla que le preguntó algo que Mauricio no alcanzó a escuchar pero si vio como Carlos Romero se encogió de hombros y siguió camino.
-Bicho, llegaste-.
-¿Y Mahú dónde anda?-.
-Está en la pieza, sigue con su pedacito de madera y el cuchillo-.
-Este pibe está mal, no sé qué intenta hacer-.
-Está tallando algo, dice que va a ser una bailarina-.
-Pero sin lija, sin gubia, le va a llevar por lo menos un año-.
-Por ahí se entretiene así, además, debe querer usar ese cuchillito que tiene-.
-Ese cuchillito es un cuchillo de pescador, lo encontró de chico en la espuma del mar en una playa de Mar Chiquita-.
-Ya sé, lo escuché contar esa historia la misma cantidad de veces que vos. Qué raro que, entre las cosas que se llevó de la casa, haya guardado ese cuchillito ¿no?-.
-Y, andá a saber que historia tiene. Haceme acordar que tengo que ir a comprar cigarrillos-.
-¿Y por qué no vas ahora?-.
-Porque recién entré, bicho, me da fiaca-.
-Dejá, voy yo-.
-No, pero no te hagas drama-.
-No te hagas problema. Además mejor, así hablás un poco con él. ¿Precisas algo más, Carlos?-.
-No, mi amor, estoy bien-.
Romeo se acercó hasta la puerta de Mauricio y la golpeó tres veces. Mauricio siempre les decía que no le molestaba que lo interrumpan con el golpeteo de la puerta siempre y cuando éste sea impar.
-Permiso, ¿se puede?-.
-Sí, Carlitos, adelante-.
-Loco, hace días que estás metido acá adentro. ¿No vas a salir?-.
-Pero sí, Romeo, no te pensés que me pasa algo que no me pasa, no es tan grave, me entretuve con esto y nada más-.
-¿Che, pero estás bien vos?-.
-¿Cómo si estoy bien, señor Romero?-.
-Digo, acá en casa o tus cosas. No me compliqués, sabés que soy medio opa para hablar, che-.
-Sí Carlos, quedate tranquilo que estoy bien. Ahora, si no te molesta, me gustaría seguir con esto-.
-No, negrito, disculpame, yo sólo quería sabér si estabas bien. Ahora en un rato tomamos unos mates antes de la cena ¿Te aviso?-.
-Cualquier cosa me aparezco, te prometo. Hoy Carla encontró un cuaderno mío viejo y por ahí lo ojeaba un rato-.
-Bueno, por si no llegás a venir, te dejo la comida en la heladera-.
Romeo dio media vuelta y se fue. Su salida justo coincidió con al entrada de Carla que le preguntó algo que Mauricio no alcanzó a escuchar pero si vio como Carlos Romero se encogió de hombros y siguió camino.
Carla y Romeo eran un gigantesco dolor de muelas. Vivían juntos y casi no los veía por separado. Se habían vuelto un monstruo de dos cabezas.
Mientras la carita de Carla era bonita la carota de Romero era sabia. Mientras la manito de carla servia para alimentarlos la manota de Romero los protegía de la lluvia.
Hablaban las mismas palabras al mismo tiempo. Sabían todo el uno del otro. Caminaban abrazados y se sentaban uno sobre el otro y hasta se tomaban de la mano mientras leían o estudiaban.
Se besaban de lunes a sábado. El domingo lo reservaban para hablar o ver películas en el cine o armar rompecabezas en el living-room.
Se saludaban al acostarse y al levantarse, al separarse y al reencontrarse.
No tenían secretos entre ellos, no eran celosos, no eran aburridos, no eran tontos, no eran feos pero tenían el peor de los defectos, eran perfectos y eso a Mauricio lo deprimía.
Se veían mucho con él, lo llevaban a comer o a su casa y siempre que él no tenía donde ir sabía que unos mates siempre lo esperaban en la casa de Carla y Romeo.
Carla era rubia y alta, de cabello rizado y labios carnosos, buena figura, ojos claros.
“Nunca me parecieron atractivas las rubias y mucho menos los ojos claros, siempre me asustaron, uno nunca se refleja en ellos, no te ves o es cosa mía. Además las personas de ojos claros siempre tienen algo. O son muy inteligentes o callados o graciosos o muy malas personas o mezquinas o etc.” Pensaba Mauricio.
Por otra parte Romero (cuyo verdadero nombre era Carlos) era alto y de cabello rizado y negro, ojos marrones claros y barba. Físico entre bien formado y algo obeso, una cosa bastante rara pero que las hay las hay.
“Siempre fueron mi familia. Cuando no tenía adónde ir siempre se hacían presentes ellos dos o ellos uno en realidad porque ya eran, como dije antes, un monstruo de dos cabezas”.
Mientras la carita de Carla era bonita la carota de Romero era sabia. Mientras la manito de carla servia para alimentarlos la manota de Romero los protegía de la lluvia.
Hablaban las mismas palabras al mismo tiempo. Sabían todo el uno del otro. Caminaban abrazados y se sentaban uno sobre el otro y hasta se tomaban de la mano mientras leían o estudiaban.
Se besaban de lunes a sábado. El domingo lo reservaban para hablar o ver películas en el cine o armar rompecabezas en el living-room.
Se saludaban al acostarse y al levantarse, al separarse y al reencontrarse.
No tenían secretos entre ellos, no eran celosos, no eran aburridos, no eran tontos, no eran feos pero tenían el peor de los defectos, eran perfectos y eso a Mauricio lo deprimía.
Se veían mucho con él, lo llevaban a comer o a su casa y siempre que él no tenía donde ir sabía que unos mates siempre lo esperaban en la casa de Carla y Romeo.
Carla era rubia y alta, de cabello rizado y labios carnosos, buena figura, ojos claros.
“Nunca me parecieron atractivas las rubias y mucho menos los ojos claros, siempre me asustaron, uno nunca se refleja en ellos, no te ves o es cosa mía. Además las personas de ojos claros siempre tienen algo. O son muy inteligentes o callados o graciosos o muy malas personas o mezquinas o etc.” Pensaba Mauricio.
Por otra parte Romero (cuyo verdadero nombre era Carlos) era alto y de cabello rizado y negro, ojos marrones claros y barba. Físico entre bien formado y algo obeso, una cosa bastante rara pero que las hay las hay.
“Siempre fueron mi familia. Cuando no tenía adónde ir siempre se hacían presentes ellos dos o ellos uno en realidad porque ya eran, como dije antes, un monstruo de dos cabezas”.
Romeo estaba tratando de conseguirle empleo en el restauran donde trabajaba. Mientras tanto Mauricio se quedaba con ellos en una casita que alquilaban cerca del centro.
Los días eran divertidos para Mauricio, ninguna obligación, no tenía horarios, no trabajaba, siquiera ayudaba en la casa a Carla y cuando Carla y Romero salían a trabajar se quedaba panza arriba. Algunas veces pasaba una tal Lucía o Luciana (Mauricio no sabía bien su nombre) y traía yerba, hacían el amor y Mauricio le peleaba por todo.
Eran días de puro folklore, Mauricio se la pasaba escuchando a la negra Sosa, al dúo salteño, al Cuchi y madrugaba mucho, leía, fumaba, tomaba mate solo (cosa que siempre le resultó triste pero ya se había acostumbrado) es que no tenía con quién verse y, cosa que el no aceptaba pero, lo entristecía.
-Hola Mahú ¿cómo estás?-.
-Tirando- Dijo Mauricio indiferente, odiaba que Carla lo llame así.
-¿Sabés algo de Romero?- Preguntó Carla levantando un libro que Romeo estaba leyendo de la mesada.
-Sí, sigue diciendo que aún no le gusta mucho pero que engancho un capítulo muy divertido, “están como en un puente y la minita le tiene que tirar la yerba y unos clavos al otro y está por caerse, es muy divertido” dice-.
-¿Hoy vino tu amiga Lu?- En realidad Carla tampoco sabía cómo se llamaba la amiga de Mahú.
-Sí, estaba requete-hincha-pelotas. Yo quería escuchar un huayno que enganchó el radio y me hablaba de su dentista y de su modista. Te vas a reír mucho Carlita, pero encima estaba ese libro en la mesada y lo que me dijo Romeo, imaginate cómo me sentí. ¿Será que extraño algo che? ¿Pero qué puede ser?-.
-Y no sé ¿algún amor del pasado? ¿Alguna amistad perdida?-.
-Ay nena, ¿hace cuánto me conoces ya?-.
-No tanto, Mahú, no tanto-.
-Bueno, entonces no puedo justificarlo pero no me pasa nada- Dijo Mauricio un poco perturbado.
Carla se acercó a la cocina y puso la pava mirando por la ventana. Luego se dejó caer en el sillón que estaba vecino y una vez acostada, con un poco de trabajo se estiró y tomó un libro de la biblioteca, que estaba cerca. Lo abrió en cualquier página y comenzó a leer en voz alta con acento centro americano. Le divertía muchísimo jugar ese juego. Mauricio sonreía.
Carla seguía leyendo en voz alta. A Mauricio le parecía familiar lo que Carla leía así que paró la oreja.
-“…Gustavo, gusano torpe y croto…”-. “De dónde me suena eso” pensó Mauricio muy extrañado.-“…Y ese amigo que me enseñó a dibujar tan bien prefirió irse alejando de mí. Me cambió por ese mastodonte sin sentimientos, ese mal tipo que, si bien será un amigo se sus infancias, a demostrado ser el mayor de los gorilas. Pedazo de hijo de puta, basura humana, ¿qué mierda le hiciste? ¿Qué carajo le hiciste, reverendo hijo de puta?...”-. Mauricio se empezó a sentir tonto, no podía reconocer esos párrafos. –“…Ese día no aguante más, entre mis amigos perdidos, la universidad, y ese amor que tanto quise, tuve que irme muy lejos y dejar de verlos…”-. Mauricio se frotaba los ojos de rabia, no podía caer en la cuenta y Carla que seguía leyendo.
-Mahú, qué lindas cosas escribías-. Mauricio se sintió un verdadero pelotudo y enojado se levantó y le arrancó de las manos el cuaderno y le dijo:
-Qué sea la última vez, boluda, qué sea la última vez-.
-Che, no te enojés, vos también lo dejás ahí-.
-Yo no lo dejé ahí pero ese es un misterio que se va a resolver en otro momento, ahora no tengo ganas de jugar con la lupa-.
-Ya está el agua, no te enojés Mahú, vení a tomarte un mate-.
Toda esa tarde Mauricio no dejó de pensar en Andrés y Gustavo, esos dos amigos que el tiempo había dejado atrás. Pronto se cumplirían cinco largos años de no saber nada de ninguno de los dos.
Los días eran divertidos para Mauricio, ninguna obligación, no tenía horarios, no trabajaba, siquiera ayudaba en la casa a Carla y cuando Carla y Romero salían a trabajar se quedaba panza arriba. Algunas veces pasaba una tal Lucía o Luciana (Mauricio no sabía bien su nombre) y traía yerba, hacían el amor y Mauricio le peleaba por todo.
Eran días de puro folklore, Mauricio se la pasaba escuchando a la negra Sosa, al dúo salteño, al Cuchi y madrugaba mucho, leía, fumaba, tomaba mate solo (cosa que siempre le resultó triste pero ya se había acostumbrado) es que no tenía con quién verse y, cosa que el no aceptaba pero, lo entristecía.
-Hola Mahú ¿cómo estás?-.
-Tirando- Dijo Mauricio indiferente, odiaba que Carla lo llame así.
-¿Sabés algo de Romero?- Preguntó Carla levantando un libro que Romeo estaba leyendo de la mesada.
-Sí, sigue diciendo que aún no le gusta mucho pero que engancho un capítulo muy divertido, “están como en un puente y la minita le tiene que tirar la yerba y unos clavos al otro y está por caerse, es muy divertido” dice-.
-¿Hoy vino tu amiga Lu?- En realidad Carla tampoco sabía cómo se llamaba la amiga de Mahú.
-Sí, estaba requete-hincha-pelotas. Yo quería escuchar un huayno que enganchó el radio y me hablaba de su dentista y de su modista. Te vas a reír mucho Carlita, pero encima estaba ese libro en la mesada y lo que me dijo Romeo, imaginate cómo me sentí. ¿Será que extraño algo che? ¿Pero qué puede ser?-.
-Y no sé ¿algún amor del pasado? ¿Alguna amistad perdida?-.
-Ay nena, ¿hace cuánto me conoces ya?-.
-No tanto, Mahú, no tanto-.
-Bueno, entonces no puedo justificarlo pero no me pasa nada- Dijo Mauricio un poco perturbado.
Carla se acercó a la cocina y puso la pava mirando por la ventana. Luego se dejó caer en el sillón que estaba vecino y una vez acostada, con un poco de trabajo se estiró y tomó un libro de la biblioteca, que estaba cerca. Lo abrió en cualquier página y comenzó a leer en voz alta con acento centro americano. Le divertía muchísimo jugar ese juego. Mauricio sonreía.
Carla seguía leyendo en voz alta. A Mauricio le parecía familiar lo que Carla leía así que paró la oreja.
-“…Gustavo, gusano torpe y croto…”-. “De dónde me suena eso” pensó Mauricio muy extrañado.-“…Y ese amigo que me enseñó a dibujar tan bien prefirió irse alejando de mí. Me cambió por ese mastodonte sin sentimientos, ese mal tipo que, si bien será un amigo se sus infancias, a demostrado ser el mayor de los gorilas. Pedazo de hijo de puta, basura humana, ¿qué mierda le hiciste? ¿Qué carajo le hiciste, reverendo hijo de puta?...”-. Mauricio se empezó a sentir tonto, no podía reconocer esos párrafos. –“…Ese día no aguante más, entre mis amigos perdidos, la universidad, y ese amor que tanto quise, tuve que irme muy lejos y dejar de verlos…”-. Mauricio se frotaba los ojos de rabia, no podía caer en la cuenta y Carla que seguía leyendo.
-Mahú, qué lindas cosas escribías-. Mauricio se sintió un verdadero pelotudo y enojado se levantó y le arrancó de las manos el cuaderno y le dijo:
-Qué sea la última vez, boluda, qué sea la última vez-.
-Che, no te enojés, vos también lo dejás ahí-.
-Yo no lo dejé ahí pero ese es un misterio que se va a resolver en otro momento, ahora no tengo ganas de jugar con la lupa-.
-Ya está el agua, no te enojés Mahú, vení a tomarte un mate-.
Toda esa tarde Mauricio no dejó de pensar en Andrés y Gustavo, esos dos amigos que el tiempo había dejado atrás. Pronto se cumplirían cinco largos años de no saber nada de ninguno de los dos.
-Yo mejor voy a faltar-.
-¿Por qué?-.
-Quiero ver si lo engancho al Andrés, debería hablar con él por aquel problema que tenemos y vos ya sabes bien-.
-Bueno ¿pero el no cursa?-.
-Sí, pero, conociéndolo como lo conozco, seguro faltó-.
-Ah, bueno ¿Vamos hasta la estación?-.
-Dale, pero antes ¿te acordás los dos pesos que tenías ayer? ¿No me los podés prestar? es que quiero comprar puchos-.
Se pusieron en marcha rumbo a la estación. Al llegar se despidieron y cada uno tomó su camino.
Mauricio bajó del tren y comenzó a caminar por las vías directo al kiosco. Metió la mano en el bolsillo para buscar los dos pesos pero el guante le impedía el tacto necesario para dar con ellos entonces mordió el dedo índice del guante y se lo arrancó de la mano, buscó los dos pesos y fue al kiosco.
-¿Por qué?-.
-Quiero ver si lo engancho al Andrés, debería hablar con él por aquel problema que tenemos y vos ya sabes bien-.
-Bueno ¿pero el no cursa?-.
-Sí, pero, conociéndolo como lo conozco, seguro faltó-.
-Ah, bueno ¿Vamos hasta la estación?-.
-Dale, pero antes ¿te acordás los dos pesos que tenías ayer? ¿No me los podés prestar? es que quiero comprar puchos-.
Se pusieron en marcha rumbo a la estación. Al llegar se despidieron y cada uno tomó su camino.
Mauricio bajó del tren y comenzó a caminar por las vías directo al kiosco. Metió la mano en el bolsillo para buscar los dos pesos pero el guante le impedía el tacto necesario para dar con ellos entonces mordió el dedo índice del guante y se lo arrancó de la mano, buscó los dos pesos y fue al kiosco.
martes, 17 de junio de 2008
Se escuchó el ruido de la puerta destrabándose y, por fin, salió Lina con un termo, una azucarera con lugar para la yerba y un mate con su bombilla.
-Traje mate, Mauri-.
-Sí, veo, gracias amor-.
-¿Seguro que estás bien?-.
-Sí. Yo sabía, cuando dijiste lo del agua, que ibas a hacer mate-.
-Sí, sabía que te iba a gustar. Mirá, ponete ahí contra el garaje que voy a buscar una frazada, la llave de calle y vuelvo. ¿Tenés hambre?-.
-No, estoy perfecto. Apurate-.
-Sí, obvio. Sabés, la llave de calle estaba abierta de pedo, anoche me olvidé de cerrarla-.
-Mirá vos. Che, me di cuenta que no tengo un mango para viajar mañana, ¿Vos no tendrás algo?-
-Yo te presto, quedate tranquilo por eso. Ahí vengo-.
Lina entró a su casa, luego volvió y cerró la puerta de la reja. Se sentaron contra la pared el garaje, del lado de afuera del garaje, un buen lugar porque, al estar tras un aloe vera gigante, estaban refugiados de la calle y tapados con su frazada. Tomaron mate, charlaron, se rieron mucho. A Mauricio le hizo verdaderamente bien ver a Lina esa mañana. Y sin darse cuenta los dos se quedaron dormidos hasta que el sol estuvo muy alto y notaron que llegaban tarde a la facultad.
-Traje mate, Mauri-.
-Sí, veo, gracias amor-.
-¿Seguro que estás bien?-.
-Sí. Yo sabía, cuando dijiste lo del agua, que ibas a hacer mate-.
-Sí, sabía que te iba a gustar. Mirá, ponete ahí contra el garaje que voy a buscar una frazada, la llave de calle y vuelvo. ¿Tenés hambre?-.
-No, estoy perfecto. Apurate-.
-Sí, obvio. Sabés, la llave de calle estaba abierta de pedo, anoche me olvidé de cerrarla-.
-Mirá vos. Che, me di cuenta que no tengo un mango para viajar mañana, ¿Vos no tendrás algo?-
-Yo te presto, quedate tranquilo por eso. Ahí vengo-.
Lina entró a su casa, luego volvió y cerró la puerta de la reja. Se sentaron contra la pared el garaje, del lado de afuera del garaje, un buen lugar porque, al estar tras un aloe vera gigante, estaban refugiados de la calle y tapados con su frazada. Tomaron mate, charlaron, se rieron mucho. A Mauricio le hizo verdaderamente bien ver a Lina esa mañana. Y sin darse cuenta los dos se quedaron dormidos hasta que el sol estuvo muy alto y notaron que llegaban tarde a la facultad.
-¿Sabés qué pasa Gustavito?, que vos tratás de tranquilizarme pero acá el tranquilo soy yo, no me siento un pobre tipo, me siento rico, muy rico-.
-¿Y el problema es ese?-.
-Bueno, eso mismo pensaba yo, pero no, no hay problema, yo los busco, yo soy el que se mete a leer en la ducha, yo soy el que se pone a hablar con mediocres, con esas personas horribles que en un mundo justo ni siquiera podrían verse al espejo. Además las cosas con Lina andan de maravilla. Nunca estuve así, te lo aseguro-.
-Pero bueno, tomá che…- Le alcanza un mate –entonces no le des bolilla a ese, es un gil, date cuenta-.
-Sí, te juro que ya lo había notado. Igual tengo ganas de coming through the rye, poor girl-.
-¿Lo querés? Lo tengo ahí en la cómoda. Lo compré nuevo en la feria de plaza Italia, lo pagué trece mangos. Es usado pero está nuevito-.
-¡Qué lastima!-
-¿Te podés dejar de joder? Todos preferimos el olor a libro viejo, ese olor amarillo y esa sensación de tapa dura y años, nos hace sentir más importantes pero esas cosas son puras vanidades. Si lo queres el libro es tuyo, agarralo nomás-.
-Tenés razón, me estoy portando como un nabo, dámelo que está noche ya tengo con qué ir a la ducha-.
-Dale tío, llevalo tranquilo, yo igual tengo que terminar unas cosas de Asís-.
-Sí es el que creo está buenísimo.-
-Sí negro, no te hagas, todos empezamos por los títulos conocidos, después que tenemos dos o tres libros encima nos venimos a mandar la parte que lo re conocemos e inventamos historias de cómo llegamos a él involucrando biblioteca, abuelas, primos que no existen, diálogos que nunca nacieron y demás boludeces para quedar bien-.
-Bueno, hoy no es mi día che, dejá de recordármelo.-
-Todo bien, bueno tendría que terminar de leer eso, sino te molesta, igual te podés quedar-.
-No, si yo ya me iba. Tengo muchas ganas de ver a Lina, me parece que a la noche la llamo-.
-Hoy hablé con ella en la facultad, va a llegar tarde a la casa, se va con la madre a la capital-.
-No, no me digas, y ahora qué hago-.
-Y llamala a la madrugada. Negro, si te vas a ir a tu casa metele o vas a viajar de noche y ya sabemos los dos lo lindo que es este tren de noche-.
-Sí, ya me fui, chau Gustavito, gracias por todo-.
-De nada negro, volvé cuando quieras. Acordate que mañana se quedan a dormir vos y Lina acá y si hablás mandale un abrazo-.
-Le mando, le mando-.
Salió de la casa y con una velocidad increíble, tropezando viejas, soretes (es plata, es plata) y demás obstáculos llegó a la catedral, todavía faltaba mucho viaje pero quiso parar a descansar. Se sentó en un banco y sacó el libro que le prestó Gustavo. Empezó a leerlo. Se distrajo a los pocos minutos con dos niños que jugaban a la rayuela. Un mocoso de pelo rubio y lacio con corte taza y una pecosa con pelo enrulado hermosa y se dijo -“La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato…” Lindo recuerdo- pensó. Ahora el mocoso empujó a la niña y se fue corriendo, la enana chirriaba como si la hubieran matado y, sin querer, pateó la piedrita que fue a dar contra el zapato de Mauricio. La levantó, la examinó y se incorporó. Se le acercó a la nena y, agachándose, le dijo.
-¿Esto no es tuyo?-.
-Sí, snif, señor, snif-.
-¿Ese nene es tu hermano?-.
-Sí…snif-.
-¿Y están solos?-.
Un poco, entre, confundida y desconfiada asintió con la cabeza.
-¿Qué edades tiene ustedes?-.
-Yo tengo 5 y el 7-.
-Andá, corré y avisale que vas a comer un alfajor y tomar una chocolatada conmigo al café de la catedral. ¿Queres?-.
Y de repente el llanto paró y una sonrisa amaneció en el rostro de la nena que salió corriendo hasta su hermano, avisó y volvió.
Al llegar a la esquina Mauricio pidió a la nena que lo tomé de la mano por cuestiones del tráfico. La nena lo agarró y, una vez cruzada la calle, Mauricio le hizo el viejo “uno, dos y tres” contra el cordón.
Llegaron al café y se sentaron en una mesa cuya ventana daba a la plaza. Mauricio ordenó y se dio cuenta de cómo se estaba quedando ya sin dinero, pero al menos le iba a alcanzar para pagar y volver a su casa y para el día siguiente.
Perdió la nación del tiempo, estaba encantado con la niña que ya no lloraba más y se reía con sus rulos hermosos. Le recordaba muchísimo a Lina, más cuando sonreía.
Al cabo de dos horas entra el petizo del hermano al café buscándola. Ya eran como las nueve de la noche, hora de cenar. Se acerca a Mauricio y le dice que la mamá dijo que ya se tenían que ir. Mauricio le dijo que tenía algo para él también y le dio un alfajor (pero más chico que el que le dio a ella). El petizo le dijo, también, que la madre estaba muy preocupada por ella, que no sabía con quién estaba y le preguntó a Mauricio cómo se llamaba, entonces Mauricio lo miró fijo, con la misma mirada de un mago que intenta sorprender y le dijo.
-¿Vos sos nene o nena?-
-Nene-.
-Te compro tu nombre ¿Cómo te llamás?-
-Mauricio-. “Qué gran coincidencia”, pensó Mauricio, pero no dijo nada.
-¿Por cuánto me vendes tu nombre?-
-Por tres pesos pero en tres monedas de uno-.
-Hecho-.
-Me llamo Mauricio, Mauricio Zárate-.
Se despidió de ellos, no sin antes darle los tres pesos y los ayudó a cruzar la calle y acompaño, de la mano, hasta el centro de la plaza donde esperaba su madre. Al llegar se presentó y la mujer lo miró de arriba abajo con una cara de asco. Él se sintió un poco tonto y se fue.
Faltaba mucho aún para la estación y fue ahí cuando se dio cuenta de que no tendría dinero para viajar al día siguiente, los últimos tres pesos se los había dado a ese mocoso, solamente le quedaban tres pesos para viajar ahora pero ya tenía muchas ganas de fumar. Caminó muy lentamente buscando un kiosco. Al fin encontró uno y compró un cigarrillo. Se ve que la mujer del kiosco se enamoró de él porque después de comprar y pedirle fuego ella le regalo una caja de fósforos y lo saludó hasta con cariño. – Tengo que comer más fósforo-. Pensó Mauricio a modo de chiste.
Llegó a la estación para el último tren, se prendió un cigarrillo y empezó a putear, no sabía en qué pudo haber perdido tanto tiempo. Encima el próximo tren pasaba a las doce y media de la noche y recién eran las once. Se sentó a leer en un banco hasta que el tren llegó. Muy asustado se subió y siguió leyendo el libro de Gustavo.
Bajó del tren y se prendió otro pucho. Camino a su casa se cruzó con Andrés que justamente iba a comprar puchos. Ya eran como las dos de la mañana y se quedó charlando con Andrés. Agarró la caja de cigarrillos, le sacó dos y se los regaló a Andrés como para disculparse por irse tan pronto (aunque ya había pasado una media hora de hablar de idioteces). Andrés insistía en que se los quede que él estaba yéndo a comprar que ya no quedaba tan lejos pero Mauricio lo convenció agregando que estaba muy peligroso, que mejor se fuera porque aún le faltaban como ocho cuadras y que era mejor guardar el dinero para el otro día, si total ya tenía lo que quería. Se despidieron y a las dos cuadras Mauricio se sintió un idiota –Tendría que haberle pedido que me preste plata, qué boludo-.
Llegó a su casa como a las tres de la mañana y con sólo un pucho pues se había prendido uno en el camino, estaba fumando mucho. –Uh, tenía que llamar a Lina, cómo voy a llegar a esta hora, ya debe estar acostada. Ay no, necesito verla ya-. Bastante enojado consigo mismo se acostó a dormir pero no podía lograrlo así que se levantó, prendió su último cigarrillo y se fue con el libro de Gustavo a la ducha.
Apagó el pucho por la mitad para guardarlo para después y se lo metió en el bolsillo del pantalón.
No podía dejár de pensar en ver a Lina, en verla ya, hasta se empezó a poner triste, no etendia que le pasaba y sólo se quedó ahí leyendo.
-¿Y el problema es ese?-.
-Bueno, eso mismo pensaba yo, pero no, no hay problema, yo los busco, yo soy el que se mete a leer en la ducha, yo soy el que se pone a hablar con mediocres, con esas personas horribles que en un mundo justo ni siquiera podrían verse al espejo. Además las cosas con Lina andan de maravilla. Nunca estuve así, te lo aseguro-.
-Pero bueno, tomá che…- Le alcanza un mate –entonces no le des bolilla a ese, es un gil, date cuenta-.
-Sí, te juro que ya lo había notado. Igual tengo ganas de coming through the rye, poor girl-.
-¿Lo querés? Lo tengo ahí en la cómoda. Lo compré nuevo en la feria de plaza Italia, lo pagué trece mangos. Es usado pero está nuevito-.
-¡Qué lastima!-
-¿Te podés dejar de joder? Todos preferimos el olor a libro viejo, ese olor amarillo y esa sensación de tapa dura y años, nos hace sentir más importantes pero esas cosas son puras vanidades. Si lo queres el libro es tuyo, agarralo nomás-.
-Tenés razón, me estoy portando como un nabo, dámelo que está noche ya tengo con qué ir a la ducha-.
-Dale tío, llevalo tranquilo, yo igual tengo que terminar unas cosas de Asís-.
-Sí es el que creo está buenísimo.-
-Sí negro, no te hagas, todos empezamos por los títulos conocidos, después que tenemos dos o tres libros encima nos venimos a mandar la parte que lo re conocemos e inventamos historias de cómo llegamos a él involucrando biblioteca, abuelas, primos que no existen, diálogos que nunca nacieron y demás boludeces para quedar bien-.
-Bueno, hoy no es mi día che, dejá de recordármelo.-
-Todo bien, bueno tendría que terminar de leer eso, sino te molesta, igual te podés quedar-.
-No, si yo ya me iba. Tengo muchas ganas de ver a Lina, me parece que a la noche la llamo-.
-Hoy hablé con ella en la facultad, va a llegar tarde a la casa, se va con la madre a la capital-.
-No, no me digas, y ahora qué hago-.
-Y llamala a la madrugada. Negro, si te vas a ir a tu casa metele o vas a viajar de noche y ya sabemos los dos lo lindo que es este tren de noche-.
-Sí, ya me fui, chau Gustavito, gracias por todo-.
-De nada negro, volvé cuando quieras. Acordate que mañana se quedan a dormir vos y Lina acá y si hablás mandale un abrazo-.
-Le mando, le mando-.
Salió de la casa y con una velocidad increíble, tropezando viejas, soretes (es plata, es plata) y demás obstáculos llegó a la catedral, todavía faltaba mucho viaje pero quiso parar a descansar. Se sentó en un banco y sacó el libro que le prestó Gustavo. Empezó a leerlo. Se distrajo a los pocos minutos con dos niños que jugaban a la rayuela. Un mocoso de pelo rubio y lacio con corte taza y una pecosa con pelo enrulado hermosa y se dijo -“La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato…” Lindo recuerdo- pensó. Ahora el mocoso empujó a la niña y se fue corriendo, la enana chirriaba como si la hubieran matado y, sin querer, pateó la piedrita que fue a dar contra el zapato de Mauricio. La levantó, la examinó y se incorporó. Se le acercó a la nena y, agachándose, le dijo.
-¿Esto no es tuyo?-.
-Sí, snif, señor, snif-.
-¿Ese nene es tu hermano?-.
-Sí…snif-.
-¿Y están solos?-.
Un poco, entre, confundida y desconfiada asintió con la cabeza.
-¿Qué edades tiene ustedes?-.
-Yo tengo 5 y el 7-.
-Andá, corré y avisale que vas a comer un alfajor y tomar una chocolatada conmigo al café de la catedral. ¿Queres?-.
Y de repente el llanto paró y una sonrisa amaneció en el rostro de la nena que salió corriendo hasta su hermano, avisó y volvió.
Al llegar a la esquina Mauricio pidió a la nena que lo tomé de la mano por cuestiones del tráfico. La nena lo agarró y, una vez cruzada la calle, Mauricio le hizo el viejo “uno, dos y tres” contra el cordón.
Llegaron al café y se sentaron en una mesa cuya ventana daba a la plaza. Mauricio ordenó y se dio cuenta de cómo se estaba quedando ya sin dinero, pero al menos le iba a alcanzar para pagar y volver a su casa y para el día siguiente.
Perdió la nación del tiempo, estaba encantado con la niña que ya no lloraba más y se reía con sus rulos hermosos. Le recordaba muchísimo a Lina, más cuando sonreía.
Al cabo de dos horas entra el petizo del hermano al café buscándola. Ya eran como las nueve de la noche, hora de cenar. Se acerca a Mauricio y le dice que la mamá dijo que ya se tenían que ir. Mauricio le dijo que tenía algo para él también y le dio un alfajor (pero más chico que el que le dio a ella). El petizo le dijo, también, que la madre estaba muy preocupada por ella, que no sabía con quién estaba y le preguntó a Mauricio cómo se llamaba, entonces Mauricio lo miró fijo, con la misma mirada de un mago que intenta sorprender y le dijo.
-¿Vos sos nene o nena?-
-Nene-.
-Te compro tu nombre ¿Cómo te llamás?-
-Mauricio-. “Qué gran coincidencia”, pensó Mauricio, pero no dijo nada.
-¿Por cuánto me vendes tu nombre?-
-Por tres pesos pero en tres monedas de uno-.
-Hecho-.
-Me llamo Mauricio, Mauricio Zárate-.
Se despidió de ellos, no sin antes darle los tres pesos y los ayudó a cruzar la calle y acompaño, de la mano, hasta el centro de la plaza donde esperaba su madre. Al llegar se presentó y la mujer lo miró de arriba abajo con una cara de asco. Él se sintió un poco tonto y se fue.
Faltaba mucho aún para la estación y fue ahí cuando se dio cuenta de que no tendría dinero para viajar al día siguiente, los últimos tres pesos se los había dado a ese mocoso, solamente le quedaban tres pesos para viajar ahora pero ya tenía muchas ganas de fumar. Caminó muy lentamente buscando un kiosco. Al fin encontró uno y compró un cigarrillo. Se ve que la mujer del kiosco se enamoró de él porque después de comprar y pedirle fuego ella le regalo una caja de fósforos y lo saludó hasta con cariño. – Tengo que comer más fósforo-. Pensó Mauricio a modo de chiste.
Llegó a la estación para el último tren, se prendió un cigarrillo y empezó a putear, no sabía en qué pudo haber perdido tanto tiempo. Encima el próximo tren pasaba a las doce y media de la noche y recién eran las once. Se sentó a leer en un banco hasta que el tren llegó. Muy asustado se subió y siguió leyendo el libro de Gustavo.
Bajó del tren y se prendió otro pucho. Camino a su casa se cruzó con Andrés que justamente iba a comprar puchos. Ya eran como las dos de la mañana y se quedó charlando con Andrés. Agarró la caja de cigarrillos, le sacó dos y se los regaló a Andrés como para disculparse por irse tan pronto (aunque ya había pasado una media hora de hablar de idioteces). Andrés insistía en que se los quede que él estaba yéndo a comprar que ya no quedaba tan lejos pero Mauricio lo convenció agregando que estaba muy peligroso, que mejor se fuera porque aún le faltaban como ocho cuadras y que era mejor guardar el dinero para el otro día, si total ya tenía lo que quería. Se despidieron y a las dos cuadras Mauricio se sintió un idiota –Tendría que haberle pedido que me preste plata, qué boludo-.
Llegó a su casa como a las tres de la mañana y con sólo un pucho pues se había prendido uno en el camino, estaba fumando mucho. –Uh, tenía que llamar a Lina, cómo voy a llegar a esta hora, ya debe estar acostada. Ay no, necesito verla ya-. Bastante enojado consigo mismo se acostó a dormir pero no podía lograrlo así que se levantó, prendió su último cigarrillo y se fue con el libro de Gustavo a la ducha.
Apagó el pucho por la mitad para guardarlo para después y se lo metió en el bolsillo del pantalón.
No podía dejár de pensar en ver a Lina, en verla ya, hasta se empezó a poner triste, no etendia que le pasaba y sólo se quedó ahí leyendo.
Un rato más tarde tomó su bufanda y salió a buscarla, necesitaba verla por alguna razón. Llegó a la estación de tren con muchísimo frío, estaba tan desabrigado. Una vez ahí pensó en cómo viajar sin nada de dinero, puesto que no lo tenía así que espero que su tren llegué y una vez que el tren arribo en el andén pasó corriendo por entre los chanchos y subió rápidamente a uno de los últimos vagones.
En el viaje sentía una gran ansiedad por llegar, hurgó en sus bolsillos y sacó un cigarrillo por la mitad, todo lo que le quedaba, se sentó en uno de los estribos y lo prendió. Fumaba y se repetía -Coming through the rye, poor girl-. En el paisaje se veían viejas fábricas abandonadas y no tuvo mejor idea que insistir con la idea del cisne –torcerle el cuello- pensó.
El tren por fin llegó, recorrió la cantidad de kilómetros necesarios que quizás no eran muchos para una máquina pero hubiesen hecho demorar mucho para una máquina (con tracción a sangre).
Una vez en la estación bajó y comenzó a caminar. Todavía era de noche y ya extrañaba un cigarrillo. Dobló en la esquina y llegó a su ventana. Buscó en el pasto y la vereda algún artefacto para golpear la ventana, una ramita, un poco de tierra seca, hasta que encontró una piedra. La tomó y la miró con cariño pero luego su mirada se fue tornando siniestra, como si algo en la piedrita lo hubiera molestado, luego volvió a mirarla con cariño como perdonándola y sonrió. Al ver la piedra recordó enseguida “La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores…” –Já, el capítulo 36, que estupidez que algo así me salvé ahora, pensar que amo tanto esa obra, una de mis preferidas y fue tan arruinada a mi parecer. ¿Cuántos será ya los jóvenes que habrán escrito el capítulo 7 en sus fotologs para alarde masivo, para quedar cancheros, cultos, tipos leídos, para levantarse una mina o ser una mina como pocas, y todo sin darse cuenta de cómo prostituyeron tan bellas palabras? Mejor me apuro con esto-.
Cerró su ojo izquierdo, sacó su lengua y la apunto hacía la nariz y, abanicando la piedrecita, soltó el instrumento como quién toca el timbre o golpea la puerta a los manos a las cinco de la tarde con invitación previa. Unos segundos más tarde ella abrió la cortina y le dijo que la reja estaba abierta, que no haga ruido.
Se acercó a la ventana.
-Lina, mi amor…-. Ella estaba en camisón y le costaba abrir los ojos pero, con una gran sonrisa y una voz de dormida dijo.
-Mi amor ¿qué hacés acá?-.
-Vine a contarte una historia sobre un ruidito muy simpático, le pasaban cosas-.
-¿Pero estás bien?-.
-Seguro, jo que estoy bien, sólo que quería verte y no me aguanté-.
-Te haría pasar pero no quiero despertar a mí mamá. Esperame un minuto afuera, ¿sí?-.
-¿Pero cuánto?-.
-Lo suficiente como para que no hierva el agua-.
Ella se alejo de la ventana, la cerró y apagó la luz.
En el viaje sentía una gran ansiedad por llegar, hurgó en sus bolsillos y sacó un cigarrillo por la mitad, todo lo que le quedaba, se sentó en uno de los estribos y lo prendió. Fumaba y se repetía -Coming through the rye, poor girl-. En el paisaje se veían viejas fábricas abandonadas y no tuvo mejor idea que insistir con la idea del cisne –torcerle el cuello- pensó.
El tren por fin llegó, recorrió la cantidad de kilómetros necesarios que quizás no eran muchos para una máquina pero hubiesen hecho demorar mucho para una máquina (con tracción a sangre).
Una vez en la estación bajó y comenzó a caminar. Todavía era de noche y ya extrañaba un cigarrillo. Dobló en la esquina y llegó a su ventana. Buscó en el pasto y la vereda algún artefacto para golpear la ventana, una ramita, un poco de tierra seca, hasta que encontró una piedra. La tomó y la miró con cariño pero luego su mirada se fue tornando siniestra, como si algo en la piedrita lo hubiera molestado, luego volvió a mirarla con cariño como perdonándola y sonrió. Al ver la piedra recordó enseguida “La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores…” –Já, el capítulo 36, que estupidez que algo así me salvé ahora, pensar que amo tanto esa obra, una de mis preferidas y fue tan arruinada a mi parecer. ¿Cuántos será ya los jóvenes que habrán escrito el capítulo 7 en sus fotologs para alarde masivo, para quedar cancheros, cultos, tipos leídos, para levantarse una mina o ser una mina como pocas, y todo sin darse cuenta de cómo prostituyeron tan bellas palabras? Mejor me apuro con esto-.
Cerró su ojo izquierdo, sacó su lengua y la apunto hacía la nariz y, abanicando la piedrecita, soltó el instrumento como quién toca el timbre o golpea la puerta a los manos a las cinco de la tarde con invitación previa. Unos segundos más tarde ella abrió la cortina y le dijo que la reja estaba abierta, que no haga ruido.
Se acercó a la ventana.
-Lina, mi amor…-. Ella estaba en camisón y le costaba abrir los ojos pero, con una gran sonrisa y una voz de dormida dijo.
-Mi amor ¿qué hacés acá?-.
-Vine a contarte una historia sobre un ruidito muy simpático, le pasaban cosas-.
-¿Pero estás bien?-.
-Seguro, jo que estoy bien, sólo que quería verte y no me aguanté-.
-Te haría pasar pero no quiero despertar a mí mamá. Esperame un minuto afuera, ¿sí?-.
-¿Pero cuánto?-.
-Lo suficiente como para que no hierva el agua-.
Ella se alejo de la ventana, la cerró y apagó la luz.
lunes, 16 de junio de 2008
Quiso despertarla, torcerle el cuello al cisne, no por ella sino, más bien, por sus pesares. Una soledad inexplicable lo invadía, una sensación demás extraña, él sabía que no estaba solo pero bastaba verse a sí mismo dentro de la ducha, sentado, leyendo un viejo libro en una nueva edición, “Phoebe es mucho más madura que su hermano mayor, mucho más madura que yo mismo” pensaba y, desde la soledad acústica de la ducha, sin ya leer nada, se repetía para sí mismo
“Coming through the rye, poor girl,
Coming through the rye,
She always drags her petticoat
Coming through the rye.”
Y volvía a repetirlo -"I think that the poem would be better translated like this"- se decía y:
“Coming through the rye, poor girl, coming through the rye,
She always drags her petticoatcoming through the rye.”
Y pensaba en como algún día despertarla sería ago tan cotidiano, coming through the rye poor girl, en medio de la noche para pedirle que lo cuide, coming through the rye, y charlar o sacar un juego de mesa sobre la cama, She always drags her petticoat, en definitiva vivirían juntos, coming through the rye, ¿y no es a caso lo que hacen las parejas?
Seguía en la ducha pero ya no leía, ya no repetía ningún verso, solamente recordaba. Recordaba el primer día del año en su madrugada cuando volvieron a hacer el amor después de tanto tiempo, en la calle. Ella tenía un vestido negro hermoso y estaba encantadora ¿y ahora? ¿qué tengo yo en esta ducha que se asemeje un poco a ese callejón, a ese vestido negro, a aquella hermosura, a aquella sensación del primer momento, a reventarte espasmódicamente segundo a segundo sabiendo que la vida se te está escapando en cada beso que le dejás y terminas estropeando todo con un chorro de semen mal calculado, un chorro de semen bastardo, un descuido en la protección habitual? ¿pero de qué habito estoy hablando? Si eso no era un hábito. Eso fue un regalo, no más que un regalo.
Y una vez más pensó en llamarla pero claro era muy arriesgado teniendo en cuenta la hora y que ella debía descansar. Quizás su madre hubiera llegado antes al teléfono y él no quería quedar mal. Haría preocupar a Lina el mismísimo pedo si no era nada lo que le pasaba, sólo que quería estar con ella y compartir la madrugada. Sacar una mesa al balcón de su casa que aún no tenían y decirle que estaban en París. “Poor boy” pensó. Quizás podrían poner la pava y tomar unos mates o hacer el amor como esa tarde que fue tan hermosa.
Se levantó, salió de la ducha, se calzó las pantuflas y decidió esperar, en la oscuridad fumando, una hora oportuna para verla.
“Coming through the rye, poor girl,
Coming through the rye,
She always drags her petticoat
Coming through the rye.”
Y volvía a repetirlo -"I think that the poem would be better translated like this"- se decía y:
“Coming through the rye, poor girl, coming through the rye,
She always drags her petticoatcoming through the rye.”
Y pensaba en como algún día despertarla sería ago tan cotidiano, coming through the rye poor girl, en medio de la noche para pedirle que lo cuide, coming through the rye, y charlar o sacar un juego de mesa sobre la cama, She always drags her petticoat, en definitiva vivirían juntos, coming through the rye, ¿y no es a caso lo que hacen las parejas?
Seguía en la ducha pero ya no leía, ya no repetía ningún verso, solamente recordaba. Recordaba el primer día del año en su madrugada cuando volvieron a hacer el amor después de tanto tiempo, en la calle. Ella tenía un vestido negro hermoso y estaba encantadora ¿y ahora? ¿qué tengo yo en esta ducha que se asemeje un poco a ese callejón, a ese vestido negro, a aquella hermosura, a aquella sensación del primer momento, a reventarte espasmódicamente segundo a segundo sabiendo que la vida se te está escapando en cada beso que le dejás y terminas estropeando todo con un chorro de semen mal calculado, un chorro de semen bastardo, un descuido en la protección habitual? ¿pero de qué habito estoy hablando? Si eso no era un hábito. Eso fue un regalo, no más que un regalo.
Y una vez más pensó en llamarla pero claro era muy arriesgado teniendo en cuenta la hora y que ella debía descansar. Quizás su madre hubiera llegado antes al teléfono y él no quería quedar mal. Haría preocupar a Lina el mismísimo pedo si no era nada lo que le pasaba, sólo que quería estar con ella y compartir la madrugada. Sacar una mesa al balcón de su casa que aún no tenían y decirle que estaban en París. “Poor boy” pensó. Quizás podrían poner la pava y tomar unos mates o hacer el amor como esa tarde que fue tan hermosa.
Se levantó, salió de la ducha, se calzó las pantuflas y decidió esperar, en la oscuridad fumando, una hora oportuna para verla.
viernes, 13 de junio de 2008
jueves, 12 de junio de 2008
Sé que te encanta comer cosas saladas y ponerle más café al azúcar, entrar como un caballo rompiendo y tropezando con todo porque así, decís, es más humano. Te encantan los jueves y faltar a la facultad. Hablar mal de la gente y quejarte todo el tiempo, contradecirte, más que nada te encanta contradecirte y sos tan tontuelo.
Ay Mauricio, mi soldadito de juguete, mi magenta enorme y feo, si estuvieras acá me dirías que ya sabés, que soy una tonta, que me la paso meló dramatizando y yo, yo te daría la razón, si a vos te encanta tenerla. Te tejería un pulóver como los que hacía tu abuela, esa mujer que huele siempre a verduras hervidas y siempre está con un delantal pegado a la cintura y clavada al lado de la cocina preparando siempre algo, siempre algo.
Vos ahora llegarías, te tirarías en el sillón o en el suelo, abrirías un libro, leerías dos párrafos, lo cerrarías y me preguntarías qué me pasa. Me dirías que no venís de ver a nadie, que sólo tenías ganas de salir a caminar, que no te diste cuenta del tiempo, que no tenés porqué darme explicaciones, que justo te cruzaste con Gustavo y querían tomar unos mates bien dulces, porque a vos te gusta dulce el mate.
Ay, mi dulce nene. Te haces el malo pero sos un nene, mi nene. Yo te tengo que andar cuidando de vos mismo que haces líos y sos tan lindo, tan chiquito, en el fondo sos tan chiquito y todo te da tanto miedo. Te sentás en mi falda y me agarrás con tus manotas que parecen de bebé en ese momento y a veces, mirando un poco a la nada, se te da por soltar algunas lagrimas para después decirme que se te metió algo en el ojo, lo cansado que estás y yo pruebo esas lagrimas saladas que tenés y te abrazo muy fuerte y te levantás de golpe y me decís que soy una loca, que no me aproveche y te levantas enojado para que me ponga mal y después acercarte hasta mí y besarme suavemente la frente.
Tranquilizate un poco y dejame cuidarte, si me encanta hacerlo. Sacate los zapatos que te apretan mucho y relajate que yo me encargo de cuidar tu sueño, señor niño, bebé adulto, magenta tonto y feo.
Ay Mauricio, mi soldadito de juguete, mi magenta enorme y feo, si estuvieras acá me dirías que ya sabés, que soy una tonta, que me la paso meló dramatizando y yo, yo te daría la razón, si a vos te encanta tenerla. Te tejería un pulóver como los que hacía tu abuela, esa mujer que huele siempre a verduras hervidas y siempre está con un delantal pegado a la cintura y clavada al lado de la cocina preparando siempre algo, siempre algo.
Vos ahora llegarías, te tirarías en el sillón o en el suelo, abrirías un libro, leerías dos párrafos, lo cerrarías y me preguntarías qué me pasa. Me dirías que no venís de ver a nadie, que sólo tenías ganas de salir a caminar, que no te diste cuenta del tiempo, que no tenés porqué darme explicaciones, que justo te cruzaste con Gustavo y querían tomar unos mates bien dulces, porque a vos te gusta dulce el mate.
Ay, mi dulce nene. Te haces el malo pero sos un nene, mi nene. Yo te tengo que andar cuidando de vos mismo que haces líos y sos tan lindo, tan chiquito, en el fondo sos tan chiquito y todo te da tanto miedo. Te sentás en mi falda y me agarrás con tus manotas que parecen de bebé en ese momento y a veces, mirando un poco a la nada, se te da por soltar algunas lagrimas para después decirme que se te metió algo en el ojo, lo cansado que estás y yo pruebo esas lagrimas saladas que tenés y te abrazo muy fuerte y te levantás de golpe y me decís que soy una loca, que no me aproveche y te levantas enojado para que me ponga mal y después acercarte hasta mí y besarme suavemente la frente.
Tranquilizate un poco y dejame cuidarte, si me encanta hacerlo. Sacate los zapatos que te apretan mucho y relajate que yo me encargo de cuidar tu sueño, señor niño, bebé adulto, magenta tonto y feo.
lunes, 9 de junio de 2008
El ángel.
domingo, 8 de junio de 2008
En el reino de dios.
Ya va arrancando y yo me desespero. Parece venirse con todo encima. Se ve que salió apurada y yo acá pensando en cómo hacer.
Acá atrás del escenario los payasos son tan antipáticos, las princesas tan chusmas y los trucos de magia tan pobres.
Estamos a minutos de salir pero aún espero que me mire y me diga “Dale”. Después vendrá un abrazo, pero esos son detalles del final de la presentación.
Ya quiero verlo solo, ya está por arrancar él a toda velocidad, miralo como salta, miralo como salta de cuerda en cuerda, como sonríe, miralo que feliz que canta. Este pibe es un fenómeno, un groso, qué bestia.
Esclavo de eternidades ajenas, reinos de dios, saber improvisar, qué animal, como le entra todo ese mundo en esas dos manos morochas.
No veo la hora de soltar un acorde rabioso y mirar a mi diestra o mi siniestra para encontrarlo a él endiablado sobre su teclado, gritando, llorando sus penas en una copla de su jardín mejor, el de los justos. Los pobres justos. Y gritarle bien fuerte “¡Vamos carajo!” para que el negrito se cebe más y se pare arriba del fa sostenido y pateé la escala hasta el fa natural sin llegar a la octava que acá no la necesitamos para nada che.
Y te creías el hacedor de un árbol, dejalo creer que eso es real, dejalo dormir entre sus ángeles.
Acá atrás del escenario los payasos son tan antipáticos, las princesas tan chusmas y los trucos de magia tan pobres.
Estamos a minutos de salir pero aún espero que me mire y me diga “Dale”. Después vendrá un abrazo, pero esos son detalles del final de la presentación.
Ya quiero verlo solo, ya está por arrancar él a toda velocidad, miralo como salta, miralo como salta de cuerda en cuerda, como sonríe, miralo que feliz que canta. Este pibe es un fenómeno, un groso, qué bestia.
Esclavo de eternidades ajenas, reinos de dios, saber improvisar, qué animal, como le entra todo ese mundo en esas dos manos morochas.
No veo la hora de soltar un acorde rabioso y mirar a mi diestra o mi siniestra para encontrarlo a él endiablado sobre su teclado, gritando, llorando sus penas en una copla de su jardín mejor, el de los justos. Los pobres justos. Y gritarle bien fuerte “¡Vamos carajo!” para que el negrito se cebe más y se pare arriba del fa sostenido y pateé la escala hasta el fa natural sin llegar a la octava que acá no la necesitamos para nada che.
Y te creías el hacedor de un árbol, dejalo creer que eso es real, dejalo dormir entre sus ángeles.
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Bueno,
yo quería decir unas palabras...
jueves, 5 de junio de 2008
El último fué estetico.
DEJENLA EN PAZ. NO VEN QUE ES UN ÁNGEL? DEJENLA TRANQUILA, ES DEMASIADO HERMOSA Y YO LA NECESITO. DEJENLA SANA, DEJENLA VIVA, DEJENLA SENTIR EL AIRE EN LA CARA Y QUE SALIÓ A JUGAR CON UN SOÑADOR QUE LA VA A LLEVAR A CANTAR POR LAS PRADERAS. pOR SER SU pDRUDENCE. dEJELA en PAz.
lunes, 2 de junio de 2008
domingo, 1 de junio de 2008
Túlipan.
Quizás tapé mi cara porque quedaba bien.
Tal vez fue porque me daba vergüenza.
Quizás quise emularte el gesto, como cuando te sonrojás.
Tal vez para que sólo vos sepas que detrás del pulóver estaba llorando.
Quizás hay un montón de razones que ni te imaginaste y si no te firmo es porque prefiero escribirte y que vengas a verlo.
Sí, me pintó el blogger, qué forra que es la gente a veces.
Tal vez fue porque me daba vergüenza.
Quizás quise emularte el gesto, como cuando te sonrojás.
Tal vez para que sólo vos sepas que detrás del pulóver estaba llorando.
Quizás hay un montón de razones que ni te imaginaste y si no te firmo es porque prefiero escribirte y que vengas a verlo.
Sí, me pintó el blogger, qué forra que es la gente a veces.
Silbo en la oscuridad,
Animal sin reposo;
Torres de la vigilia,
Candela de los ojos.
No se que pueda ser,
Si una curva del tiempo
O un hueco en el corazon atento.
Trigo sobre el brocal
Para que coma el hambre
Y abajo el peligroso
Agujero de la sangre.
No hallo, no puedo ver
Mas que la noche alerta
Y el misterio detras
De las puertas.
Sueñero, jinete sin descanso;
Sueñero, sobre un papel en blanco.
Sueñero, centinela de mi alma;
Sueñero, duermete y dame calma.
Llevo cada mitad
Como dos rios gemelos,
Uno cruza la tierra,
El otro fluye en el cielo;
El de la oscuridad
No conoce el olvido,
Desvelado en seguir
Lo perdido.
Ay, este toro azul
Fatigado y sediento
De correr tras la nada
Como la luz y el viento!
Ardo sin preguntar
Igual, que lo hace el fuego,
Tal vez halle cantando
El sosiego.
Sueñero, enigma de un penitente;
Sueñero, andando entre los durmientes;
Sueñero, espina de las estrellas;
Sueñero, olvidate de ella.
Sueñero, jinete sin descanso;
Sueñero, sobre un papel en blanco.
Sueñero, centinela de mi alma;
Sueñero, duermete y dame calma
Mi Cinco.
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