lunes, 23 de junio de 2008

Romeo estaba tratando de conseguirle empleo en el restauran donde trabajaba. Mientras tanto Mauricio se quedaba con ellos en una casita que alquilaban cerca del centro.
Los días eran divertidos para Mauricio, ninguna obligación, no tenía horarios, no trabajaba, siquiera ayudaba en la casa a Carla y cuando Carla y Romero salían a trabajar se quedaba panza arriba. Algunas veces pasaba una tal Lucía o Luciana (Mauricio no sabía bien su nombre) y traía yerba, hacían el amor y Mauricio le peleaba por todo.
Eran días de puro folklore, Mauricio se la pasaba escuchando a la negra Sosa, al dúo salteño, al Cuchi y madrugaba mucho, leía, fumaba, tomaba mate solo (cosa que siempre le resultó triste pero ya se había acostumbrado) es que no tenía con quién verse y, cosa que el no aceptaba pero, lo entristecía.
-Hola Mahú ¿cómo estás?-.
-Tirando- Dijo Mauricio indiferente, odiaba que Carla lo llame así.
-¿Sabés algo de Romero?- Preguntó Carla levantando un libro que Romeo estaba leyendo de la mesada.
-Sí, sigue diciendo que aún no le gusta mucho pero que engancho un capítulo muy divertido, “están como en un puente y la minita le tiene que tirar la yerba y unos clavos al otro y está por caerse, es muy divertido” dice-.
-¿Hoy vino tu amiga Lu?- En realidad Carla tampoco sabía cómo se llamaba la amiga de Mahú.
-Sí, estaba requete-hincha-pelotas. Yo quería escuchar un huayno que enganchó el radio y me hablaba de su dentista y de su modista. Te vas a reír mucho Carlita, pero encima estaba ese libro en la mesada y lo que me dijo Romeo, imaginate cómo me sentí. ¿Será que extraño algo che? ¿Pero qué puede ser?-.
-Y no sé ¿algún amor del pasado? ¿Alguna amistad perdida?-.
-Ay nena, ¿hace cuánto me conoces ya?-.
-No tanto, Mahú, no tanto-.
-Bueno, entonces no puedo justificarlo pero no me pasa nada- Dijo Mauricio un poco perturbado.
Carla se acercó a la cocina y puso la pava mirando por la ventana. Luego se dejó caer en el sillón que estaba vecino y una vez acostada, con un poco de trabajo se estiró y tomó un libro de la biblioteca, que estaba cerca. Lo abrió en cualquier página y comenzó a leer en voz alta con acento centro americano. Le divertía muchísimo jugar ese juego. Mauricio sonreía.
Carla seguía leyendo en voz alta. A Mauricio le parecía familiar lo que Carla leía así que paró la oreja.
-“…Gustavo, gusano torpe y croto…”-. “De dónde me suena eso” pensó Mauricio muy extrañado.-“…Y ese amigo que me enseñó a dibujar tan bien prefirió irse alejando de mí. Me cambió por ese mastodonte sin sentimientos, ese mal tipo que, si bien será un amigo se sus infancias, a demostrado ser el mayor de los gorilas. Pedazo de hijo de puta, basura humana, ¿qué mierda le hiciste? ¿Qué carajo le hiciste, reverendo hijo de puta?...”-. Mauricio se empezó a sentir tonto, no podía reconocer esos párrafos. –“…Ese día no aguante más, entre mis amigos perdidos, la universidad, y ese amor que tanto quise, tuve que irme muy lejos y dejar de verlos…”-. Mauricio se frotaba los ojos de rabia, no podía caer en la cuenta y Carla que seguía leyendo.
-Mahú, qué lindas cosas escribías-. Mauricio se sintió un verdadero pelotudo y enojado se levantó y le arrancó de las manos el cuaderno y le dijo:
-Qué sea la última vez, boluda, qué sea la última vez-.
-Che, no te enojés, vos también lo dejás ahí-.
-Yo no lo dejé ahí pero ese es un misterio que se va a resolver en otro momento, ahora no tengo ganas de jugar con la lupa-.
-Ya está el agua, no te enojés Mahú, vení a tomarte un mate-.
Toda esa tarde Mauricio no dejó de pensar en Andrés y Gustavo, esos dos amigos que el tiempo había dejado atrás. Pronto se cumplirían cinco largos años de no saber nada de ninguno de los dos.

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