martes, 17 de junio de 2008

Un rato más tarde tomó su bufanda y salió a buscarla, necesitaba verla por alguna razón. Llegó a la estación de tren con muchísimo frío, estaba tan desabrigado. Una vez ahí pensó en cómo viajar sin nada de dinero, puesto que no lo tenía así que espero que su tren llegué y una vez que el tren arribo en el andén pasó corriendo por entre los chanchos y subió rápidamente a uno de los últimos vagones.
En el viaje sentía una gran ansiedad por llegar, hurgó en sus bolsillos y sacó un cigarrillo por la mitad, todo lo que le quedaba, se sentó en uno de los estribos y lo prendió. Fumaba y se repetía -Coming through the rye, poor girl-. En el paisaje se veían viejas fábricas abandonadas y no tuvo mejor idea que insistir con la idea del cisne –torcerle el cuello- pensó.
El tren por fin llegó, recorrió la cantidad de kilómetros necesarios que quizás no eran muchos para una máquina pero hubiesen hecho demorar mucho para una máquina (con tracción a sangre).
Una vez en la estación bajó y comenzó a caminar. Todavía era de noche y ya extrañaba un cigarrillo. Dobló en la esquina y llegó a su ventana. Buscó en el pasto y la vereda algún artefacto para golpear la ventana, una ramita, un poco de tierra seca, hasta que encontró una piedra. La tomó y la miró con cariño pero luego su mirada se fue tornando siniestra, como si algo en la piedrita lo hubiera molestado, luego volvió a mirarla con cariño como perdonándola y sonrió. Al ver la piedra recordó enseguida “La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores…” –Já, el capítulo 36, que estupidez que algo así me salvé ahora, pensar que amo tanto esa obra, una de mis preferidas y fue tan arruinada a mi parecer. ¿Cuántos será ya los jóvenes que habrán escrito el capítulo 7 en sus fotologs para alarde masivo, para quedar cancheros, cultos, tipos leídos, para levantarse una mina o ser una mina como pocas, y todo sin darse cuenta de cómo prostituyeron tan bellas palabras? Mejor me apuro con esto-.
Cerró su ojo izquierdo, sacó su lengua y la apunto hacía la nariz y, abanicando la piedrecita, soltó el instrumento como quién toca el timbre o golpea la puerta a los manos a las cinco de la tarde con invitación previa. Unos segundos más tarde ella abrió la cortina y le dijo que la reja estaba abierta, que no haga ruido.
Se acercó a la ventana.
-Lina, mi amor…-. Ella estaba en camisón y le costaba abrir los ojos pero, con una gran sonrisa y una voz de dormida dijo.
-Mi amor ¿qué hacés acá?-.
-Vine a contarte una historia sobre un ruidito muy simpático, le pasaban cosas-.
-¿Pero estás bien?-.
-Seguro, jo que estoy bien, sólo que quería verte y no me aguanté-.
-Te haría pasar pero no quiero despertar a mí mamá. Esperame un minuto afuera, ¿sí?-.
-¿Pero cuánto?-.
-Lo suficiente como para que no hierva el agua-.

Ella se alejo de la ventana, la cerró y apagó la luz.

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