martes, 17 de junio de 2008

Se escuchó el ruido de la puerta destrabándose y, por fin, salió Lina con un termo, una azucarera con lugar para la yerba y un mate con su bombilla.
-Traje mate, Mauri-.
-Sí, veo, gracias amor-.
-¿Seguro que estás bien?-.
-Sí. Yo sabía, cuando dijiste lo del agua, que ibas a hacer mate-.
-Sí, sabía que te iba a gustar. Mirá, ponete ahí contra el garaje que voy a buscar una frazada, la llave de calle y vuelvo. ¿Tenés hambre?-.
-No, estoy perfecto. Apurate-.
-Sí, obvio. Sabés, la llave de calle estaba abierta de pedo, anoche me olvidé de cerrarla-.
-Mirá vos. Che, me di cuenta que no tengo un mango para viajar mañana, ¿Vos no tendrás algo?-
-Yo te presto, quedate tranquilo por eso. Ahí vengo-.
Lina entró a su casa, luego volvió y cerró la puerta de la reja. Se sentaron contra la pared el garaje, del lado de afuera del garaje, un buen lugar porque, al estar tras un aloe vera gigante, estaban refugiados de la calle y tapados con su frazada. Tomaron mate, charlaron, se rieron mucho. A Mauricio le hizo verdaderamente bien ver a Lina esa mañana. Y sin darse cuenta los dos se quedaron dormidos hasta que el sol estuvo muy alto y notaron que llegaban tarde a la facultad.

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