Ya va arrancando y yo me desespero. Parece venirse con todo encima. Se ve que salió apurada y yo acá pensando en cómo hacer.
Acá atrás del escenario los payasos son tan antipáticos, las princesas tan chusmas y los trucos de magia tan pobres.
Estamos a minutos de salir pero aún espero que me mire y me diga “Dale”. Después vendrá un abrazo, pero esos son detalles del final de la presentación.
Ya quiero verlo solo, ya está por arrancar él a toda velocidad, miralo como salta, miralo como salta de cuerda en cuerda, como sonríe, miralo que feliz que canta. Este pibe es un fenómeno, un groso, qué bestia.
Esclavo de eternidades ajenas, reinos de dios, saber improvisar, qué animal, como le entra todo ese mundo en esas dos manos morochas.
No veo la hora de soltar un acorde rabioso y mirar a mi diestra o mi siniestra para encontrarlo a él endiablado sobre su teclado, gritando, llorando sus penas en una copla de su jardín mejor, el de los justos. Los pobres justos. Y gritarle bien fuerte “¡Vamos carajo!” para que el negrito se cebe más y se pare arriba del fa sostenido y pateé la escala hasta el fa natural sin llegar a la octava que acá no la necesitamos para nada che.
Y te creías el hacedor de un árbol, dejalo creer que eso es real, dejalo dormir entre sus ángeles.
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