-¿Sabés qué pasa Gustavito?, que vos tratás de tranquilizarme pero acá el tranquilo soy yo, no me siento un pobre tipo, me siento rico, muy rico-.
-¿Y el problema es ese?-.
-Bueno, eso mismo pensaba yo, pero no, no hay problema, yo los busco, yo soy el que se mete a leer en la ducha, yo soy el que se pone a hablar con mediocres, con esas personas horribles que en un mundo justo ni siquiera podrían verse al espejo. Además las cosas con Lina andan de maravilla. Nunca estuve así, te lo aseguro-.
-Pero bueno, tomá che…- Le alcanza un mate –entonces no le des bolilla a ese, es un gil, date cuenta-.
-Sí, te juro que ya lo había notado. Igual tengo ganas de coming through the rye, poor girl-.
-¿Lo querés? Lo tengo ahí en la cómoda. Lo compré nuevo en la feria de plaza Italia, lo pagué trece mangos. Es usado pero está nuevito-.
-¡Qué lastima!-
-¿Te podés dejar de joder? Todos preferimos el olor a libro viejo, ese olor amarillo y esa sensación de tapa dura y años, nos hace sentir más importantes pero esas cosas son puras vanidades. Si lo queres el libro es tuyo, agarralo nomás-.
-Tenés razón, me estoy portando como un nabo, dámelo que está noche ya tengo con qué ir a la ducha-.
-Dale tío, llevalo tranquilo, yo igual tengo que terminar unas cosas de Asís-.
-Sí es el que creo está buenísimo.-
-Sí negro, no te hagas, todos empezamos por los títulos conocidos, después que tenemos dos o tres libros encima nos venimos a mandar la parte que lo re conocemos e inventamos historias de cómo llegamos a él involucrando biblioteca, abuelas, primos que no existen, diálogos que nunca nacieron y demás boludeces para quedar bien-.
-Bueno, hoy no es mi día che, dejá de recordármelo.-
-Todo bien, bueno tendría que terminar de leer eso, sino te molesta, igual te podés quedar-.
-No, si yo ya me iba. Tengo muchas ganas de ver a Lina, me parece que a la noche la llamo-.
-Hoy hablé con ella en la facultad, va a llegar tarde a la casa, se va con la madre a la capital-.
-No, no me digas, y ahora qué hago-.
-Y llamala a la madrugada. Negro, si te vas a ir a tu casa metele o vas a viajar de noche y ya sabemos los dos lo lindo que es este tren de noche-.
-Sí, ya me fui, chau Gustavito, gracias por todo-.
-De nada negro, volvé cuando quieras. Acordate que mañana se quedan a dormir vos y Lina acá y si hablás mandale un abrazo-.
-Le mando, le mando-.
Salió de la casa y con una velocidad increíble, tropezando viejas, soretes (es plata, es plata) y demás obstáculos llegó a la catedral, todavía faltaba mucho viaje pero quiso parar a descansar. Se sentó en un banco y sacó el libro que le prestó Gustavo. Empezó a leerlo. Se distrajo a los pocos minutos con dos niños que jugaban a la rayuela. Un mocoso de pelo rubio y lacio con corte taza y una pecosa con pelo enrulado hermosa y se dijo -“La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato…” Lindo recuerdo- pensó. Ahora el mocoso empujó a la niña y se fue corriendo, la enana chirriaba como si la hubieran matado y, sin querer, pateó la piedrita que fue a dar contra el zapato de Mauricio. La levantó, la examinó y se incorporó. Se le acercó a la nena y, agachándose, le dijo.
-¿Esto no es tuyo?-.
-Sí, snif, señor, snif-.
-¿Ese nene es tu hermano?-.
-Sí…snif-.
-¿Y están solos?-.
Un poco, entre, confundida y desconfiada asintió con la cabeza.
-¿Qué edades tiene ustedes?-.
-Yo tengo 5 y el 7-.
-Andá, corré y avisale que vas a comer un alfajor y tomar una chocolatada conmigo al café de la catedral. ¿Queres?-.
Y de repente el llanto paró y una sonrisa amaneció en el rostro de la nena que salió corriendo hasta su hermano, avisó y volvió.
Al llegar a la esquina Mauricio pidió a la nena que lo tomé de la mano por cuestiones del tráfico. La nena lo agarró y, una vez cruzada la calle, Mauricio le hizo el viejo “uno, dos y tres” contra el cordón.
Llegaron al café y se sentaron en una mesa cuya ventana daba a la plaza. Mauricio ordenó y se dio cuenta de cómo se estaba quedando ya sin dinero, pero al menos le iba a alcanzar para pagar y volver a su casa y para el día siguiente.
Perdió la nación del tiempo, estaba encantado con la niña que ya no lloraba más y se reía con sus rulos hermosos. Le recordaba muchísimo a Lina, más cuando sonreía.
Al cabo de dos horas entra el petizo del hermano al café buscándola. Ya eran como las nueve de la noche, hora de cenar. Se acerca a Mauricio y le dice que la mamá dijo que ya se tenían que ir. Mauricio le dijo que tenía algo para él también y le dio un alfajor (pero más chico que el que le dio a ella). El petizo le dijo, también, que la madre estaba muy preocupada por ella, que no sabía con quién estaba y le preguntó a Mauricio cómo se llamaba, entonces Mauricio lo miró fijo, con la misma mirada de un mago que intenta sorprender y le dijo.
-¿Vos sos nene o nena?-
-Nene-.
-Te compro tu nombre ¿Cómo te llamás?-
-Mauricio-. “Qué gran coincidencia”, pensó Mauricio, pero no dijo nada.
-¿Por cuánto me vendes tu nombre?-
-Por tres pesos pero en tres monedas de uno-.
-Hecho-.
-Me llamo Mauricio, Mauricio Zárate-.
Se despidió de ellos, no sin antes darle los tres pesos y los ayudó a cruzar la calle y acompaño, de la mano, hasta el centro de la plaza donde esperaba su madre. Al llegar se presentó y la mujer lo miró de arriba abajo con una cara de asco. Él se sintió un poco tonto y se fue.
Faltaba mucho aún para la estación y fue ahí cuando se dio cuenta de que no tendría dinero para viajar al día siguiente, los últimos tres pesos se los había dado a ese mocoso, solamente le quedaban tres pesos para viajar ahora pero ya tenía muchas ganas de fumar. Caminó muy lentamente buscando un kiosco. Al fin encontró uno y compró un cigarrillo. Se ve que la mujer del kiosco se enamoró de él porque después de comprar y pedirle fuego ella le regalo una caja de fósforos y lo saludó hasta con cariño. – Tengo que comer más fósforo-. Pensó Mauricio a modo de chiste.
Llegó a la estación para el último tren, se prendió un cigarrillo y empezó a putear, no sabía en qué pudo haber perdido tanto tiempo. Encima el próximo tren pasaba a las doce y media de la noche y recién eran las once. Se sentó a leer en un banco hasta que el tren llegó. Muy asustado se subió y siguió leyendo el libro de Gustavo.
Bajó del tren y se prendió otro pucho. Camino a su casa se cruzó con Andrés que justamente iba a comprar puchos. Ya eran como las dos de la mañana y se quedó charlando con Andrés. Agarró la caja de cigarrillos, le sacó dos y se los regaló a Andrés como para disculparse por irse tan pronto (aunque ya había pasado una media hora de hablar de idioteces). Andrés insistía en que se los quede que él estaba yéndo a comprar que ya no quedaba tan lejos pero Mauricio lo convenció agregando que estaba muy peligroso, que mejor se fuera porque aún le faltaban como ocho cuadras y que era mejor guardar el dinero para el otro día, si total ya tenía lo que quería. Se despidieron y a las dos cuadras Mauricio se sintió un idiota –Tendría que haberle pedido que me preste plata, qué boludo-.
Llegó a su casa como a las tres de la mañana y con sólo un pucho pues se había prendido uno en el camino, estaba fumando mucho. –Uh, tenía que llamar a Lina, cómo voy a llegar a esta hora, ya debe estar acostada. Ay no, necesito verla ya-. Bastante enojado consigo mismo se acostó a dormir pero no podía lograrlo así que se levantó, prendió su último cigarrillo y se fue con el libro de Gustavo a la ducha.
Apagó el pucho por la mitad para guardarlo para después y se lo metió en el bolsillo del pantalón.
No podía dejár de pensar en ver a Lina, en verla ya, hasta se empezó a poner triste, no etendia que le pasaba y sólo se quedó ahí leyendo.
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