-Una vez le puse un apósito a un sapo. Él lucía la carne viva de su espalda. Era lo mismo que estar en cuero pero como en otros animales, no nosotros.
Era más grande el apósito que él.
Mi hermana los agarraba y, hasta a veces, agarraba ladrillos y se los dejaba caer. Ella no nunca fue tan veterinaria como yo.
Había otro que era más escuerzo. Era enorme y yo le había construido una casa que era casi de su misma dimensión.- Se queda pensando unos cuantos segundos y mirando a la nada dice.-Ay, ese sapo me odiaba.-
-Esta conversación me suena haberla tenido en la vereda de tu casa.-
-Puede ser que te estés poniendo joven.-
-Callate Magenta enana, córtala con esas cosas, ¿queres?-
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