lunes, 26 de mayo de 2008

Por una de las calles del centro.


Caminábamos por una de las calles del centro. La loca colgaba de mi brazo, iba feliz, saltando, gritando, diciendo tantas tonterías. Yo iba aburrido y bastante triste. En ese momento ella debería estar llegando a su casa. Claro que es tonto que así lo agrupe ahora puesto que en ese momento yo aún no lo sabía. Pero creo que así fue. Mientras esta tonta de pelos rubios me clavaba sus horribles garras en mi brazo ella debía estar tocando el timbre del portero. ¿Cómo sé que era un portero? ¿Y yo cómo demonios voy a saberlo? Supongo que no iba a aplaudir para llamarlo.
Seguimos caminando y siguió escupiendo preguntas tales como: “¿Pero al final qué estás estudiando?” “contame de vos, ¿cómo es tu familia? Vos nunca me hablás de vos” “¿Por qué no te reís un poco más lindo? ¿Estás triste? ¿Es eso?” Y ella ya comenzaba a subir la escalera (de seguro había una escalera.)
-Doblemos en esta calle ¿Sí?- Dijo mientras señalaba estúpidamente. A decir verdad no había nada que no hiciera estúpidamente. Yo no contesté y comencé a doblar. Mi cara no se confundía con la del cansancio pero tampoco con la de la diversión. Mis ojos estaban un poco cerrados y mi mirada perdida.
Ella ya debía estar saludándolo y, seguramente, ya casi tomaba asiento y él le debía estar ofreciendo algo pero no un mate, ése no toma mate.
-Este vestido me hace medio gorda ¿vos qué opinas?- Yo por dentro opinaba que se calle de una vez. A decir verdad siquiera sabía que hacía caminando con ella. Supongo que estaría buscando un poco de distracción. Algo que me borré un poco el mal sabor de lo que ya pasaba (y más aún lo que iba a pasar.)
Seguramente en ese otro momento ellos deberían estar entrando en la habitación y ahí fue cuando comencé a fruncir el ceño.
La loca de mierda esta se frenó, se paró delante de mí y me dijo:
-¿Qué es lo que te pasa mi amor? ¿Queres que mami haga algo por vos?-. Sí, que te callés un rato me gustaría decir que le dije pero no. A veces soy tan cobarde.
Él comenzó a sacarle el vestido, a acostarla y subirse a su pelvis yo comencé a doblar y meterme a un callejón.
Apoyó su boca abierta y jadeante sobre los labios femeninos y comenzó a acariciar o pellizcar sus muslos, ella cerraba los ojos y acomodaba su cabeza hacía arriba.
Con la mano derecha tomó la sábana y abrigo los dos cuerpos. Una vez cubiertos y, nuevamente con su mano izquierda, le arrancó la bombacha de un manotón.
No sé cómo pero estoy seguro de que por eso en ese momento me enloquecí. En ese momento, ya adentrados en el callejón, no aguanté más. Mi pulverizador saltó rabioso de su celda pero aún no hallaba entendimiento ante el contexto. Vagamente traté de sujetarlo y acomodarlo de un manotón en su cucha pero nada surtía efecto ante tal desesperado acto de liberación.
Empezó a embestirla una y otra vez acostado sobre ella. Ella ya comenzaba a omitir pequeños gemidos de placer.
Yo loco, nublado, sin ángeles ni sueños, con esta loca. La casé del cogote y, como un verdadero animal le dije:
-¡Agachate, dale!-. En ese momento yo pensaba: Qué hija de puta, si en mi vida no hubo importantes, eran todas putas, todas putas menos el angelito, todas putas. ¿Por qué es tan hija de puta?
La loca obedeció sumisamente y enseguida empezó a tirarme de la goma.
Él seguía con su anhelado mete-saca que tanto había deseado ya. Un poco más, un poco más y siguió más hasta acabar vaciando su semen entre las piernas de “su hembra”
Un poco más y un poco más hasta que acabé vaciando mi semen en la boca de esta loca. Cosa que disfruté tanto como limpiarme el culo con papel después de cagar. Analogía que se me ocurrió mientras acababa y enseguida pensé: ¿Por qué, generalmente, en los libros no se habla de cagar? Y me pareció curioso.
No quiero hacer mucho hincapié en lo que pasó después ni en lo que hablé con la loca esta. Sólo diré que la otra se despertó al otro día en la casa y se marcho sin desayunar ni bañarse. En cuanto a mí, me las arreglé para dejar a la loca por ahí y seguir la noche en mi sola compañía.
Supe de ella ya pasadas las dos semanas. Un rumor curioso me estuvo taladrando el oído. Parecía que quería encontrarme.
Finalmente la encontré en una plaza y me confesó todo. Muchas dirán que no tengo cerebro pero no pude hacer más que decirle que la quería. Nos dimos un largo beso que yo mismo terminé cortando y le dije que ya no volveríamos a vernos.

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